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CUADERNOS DE FILOSOFÍA

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2. CONTEXTO SOCIOCULTURAL


2.1. Cambio político. La democracia.

La aparición de los sofistas está íntimamente ligada a la aparición de la democracia. Las discusiones en las asambleas, aunque versasen sobre cuestiones de tipo práctico como las medidas a tomar para defender la ciudad o el castigo que debe aplicársele a quien ha incumplido la ley, llevan irremediablemente a cuestiones de tipo teórico como “¿qué es lo justo y lo injusto?”, “¿cuál es la naturaleza de la ley?”, “¿es el interés el único fundamento de la ley?”, preguntas a las que intentarán responder tanto los sofistas como Sócrates.

Ahora bien, ¿cómo se explica el surgimiento de la democracia a partir del sistema aristocrático que gobernó en la época de los presocráticos? Los motivos son múltiples, pero aquí señalaremos dos de ellos particularmente relevantes. En primer lugar hay toda una serie de reformas sociales, económicas y políticas que introdujo el legislador Solón en torno al 594 a. C. y que pretenden poner fin a los conflictos en los que por entonces se encontraba sumida Atenas. En dichas reformas se encontraba la semilla del posterior desarrollo de la democracia. Solón logró infundir en los atenienses un profundo respeto por la ley, sentimiento que terminaría por extenderse a todas las ciudades-estado y del cual da muestra el siguiente fragmento de Herodoto en el que un espartano se dirige a Jerjes, amo y señor de los persas:

“Los lacedemonios, cuando luchan individualmente, no son peores que ningún otro hombre, pero cuando luchan juntos son los mejores de todos los hombres. Y es que, siendo libres como son, no son totalmente libres: en efecto, su amo es la ley ante la cual sienten un miedo mucho mayor que el que tus súbditos sienten ante ti.”

Herodoto, Libro VII

El segundo factor explicativo de la aparición de la democracia que vamos a resaltar es el surgimiento de un sentimiento nacionalista como consecuencia de las victorias obtenidas en las guerras médicas. En ellas los griegos, dirigidos por Atenas, y con la colaboración de Esparta, se enfrentan al imperio persa derrotando al rey medo-persa Darío en la batalla de Maratón (490 a. C.). Poco después Jerjes, hijo de Darío, organiza una nueva expedición formada por más de 300.000 hombres que derrotaron a los espartanos en el paso de las Termópilas y tomaron e incendiaron Atenas. Los atenienses, de nuevo con la ayuda de Esparta, lograron derrotar a los invasores en las batallas de Salamina y Platea (año 479). Ahora bien, para ello, y aquí radica uno de los factores explicativos del surgimiento de la democracia, para la derrota de los pesas la nobleza ateniense tuvo que solicitar ayuda de las clases populares, las cuales, pasado el conflicto, exigieron a su vez unos derechos y una misma ley para todos los ciudadanos así como la posibilidad, para todo aquel que disponga del conocimiento, de acceder a cargos políticos. La subida al poder de Pericles consolida la democracia. Durante su mandato (en el que llegó a ser elegido 15 veces consecutivas como jefe de gobierno) Atenas, educadora de Grecia, según Tucídides, llega a su apogeo cultural y en ella se reúnen los mejores artistas, historiadores (Herodoto, Jenofonte…), literatos (Sófocles, Eurípides…) así como los sofistas y Sócrates.

 

2.2. La ciudad-estado.

Hasta los tiempos de Aristóteles, y desde luego en el momento histórico que nos ocupa, la vinculación del individuo con la ciudad es vista no sólo como un lazo natural, sino como la única forma auténtica de realización de la persona. Cuando Aristóteles nos dice que “ El hombre es un animal político ” nos está diciendo, por un lado, y en sentido general, que el ser humano organiza su vida en comunidad y dependiendo de ella; pero hay un sentido más concreto en el que el hombre (desgraciadamente el término “hombre”, referido a la antigua Grecia, no siempre ha de ser interpretado como el genérico “ser humano”, sino como el literal “varón, adulto, ciudadano ateniense”, quedando excluidas las mujeres, los extranjeros y los esclavos). En este sentido más restringido el hombre no sólo vive en una comunidad sino que sólo en la medida en que participa en ella puede realizarse como persona. De ahí la famosa sentencia aristotélica que afirma que aquel que viva aislado del resto de los hombres ha de tratarse de una bestia o de un Dios. Tomando la expresión de Tomás Calvo, no es que por ser un hombre se participe en la política, sino que por participar en la política se es, en sentido pleno, humano.

Ante esta mentalidad la concepción individualista moderna o el conflicto entre individuo y estado está completamente fuera de lugar y resulta incomprensible. La independencia del individuo con respecto a la ciudad-estado sólo podrá plantearse en la filosofía postaristotélica, precisamente cuando la organización social tradicional haya entrado en crisis. Sin embargo, en el período de Sócrates y los sofistas el tipo de sociedad que encontramos es la polis fuertemente estructurada que hemos descrito.

En la Odisea hay un pasaje en el que Nausicaa describe su ciudad a Odiseo brevemente:

“Pero cuando subamos a la ciudad… a ésta la rodea una elevada muralla. Tiene un hermoso puerto a ambos lados y estrecha entrada y las curvadas naves son arrastradas por el camino, pues todos ellos tienen refugio para sus naves. También tiene en torno al hermoso templo de Poseidón el ágora construida con piedras gigantescas que hunden sus raíces en la tierra…”

Homero, La Odisea (Libro V)

A pesar de que esta descripción corresponde probablemente al siglo VIII a. C., muy anterior, por tanto, a la Atenas de Sócrates, encontramos ya en ella la presencia de un centro urbano de la polis donde se concentraban los edificios fundamentales (templos, edificios institucionales…) que estructuran la vida pública y sobre todo el ágora, la plaza, centro neurálgico de esa vida comunitaria en ebullición, lugar de debate, intercambio, toma de decisiones, etc. La misma lengua griega expresa y muestra esta concepción de la polis. Existe un verbo en griego, “agorazein”, que no tiene equivalente exacto en otros idiomas y cuyo sentido podría traducirse como “ir a la plaza para ver qué se dice”, expresión que muestra el interés de los ciudadanos en participar de la vida pública por el mero hecho de participar, pues esto ya es considerado como algo valioso. Los diálogos platónicos muestran a menudo este intercambio de ideas en el encuentro del espacio público. El Fedro , por ejemplo, comienza de la siguiente forma:

“Querido Fedro, ¿a dónde vas y de dónde vienes?

- Estaba con Lisias, el hijo de Céfalo, oh Sócrates, y ahora me voy de paso fuera de la muralla. Así, por consejo de nuestro común amigo Acumeno, me doy una vuelta al aire libre porque, dice, fortalece más que pasear bajo los pórticos.”

Platón, Fedro

 

Acrópolis de la ciudad griega

Aunque tampoco debemos caer en el tópico que presenta a los ciudadanos atenienses dedicados en exclusividad a dialogar sobre la naturaleza del Bien y del Mal y a los banquetes filosóficos mientras los esclavos eran los únicos que trabajaban. Precisamente con respecto a esta distinción entre ciudadanos y esclavos conviene aclarar que en las ciudades griegas se daba una jerarquía en el status de los individuos que comprendía, de forma general, tres categorías, la de los ciudadanos, una pequeña minoría con derecho a participar en la vida pública, la de residentes libres no ciudadanos, como los extranjeros (o metecos), que no podían participar en la política pero que gozaban de libertad y protección jurídica y finalmente los esclavos, dedicados a trabajos de todo tipo (había esclavos privados y públicos, destinados estos últimos a puestos secundarios en la administración).

Por último, con respecto a la organización de la ciudad y los órganos de gobierno, los más importantes eran la asamblea, el consejo y los magistrados. La primera representaba a la comunidad de los ciudadanos, mientras que el consejo solía estar formado por los nobles. Los magistrados, finalmente, eran los individuos con mayor poder; originalmente eran consejeros del rey, pero éste había quedado relegado a un papel simbólico. Los magistrados, o arcontes, se ocupaban cada uno de ámbitos concretos de la vida pública, como la política, la religión o la organización militar.


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© José Sánchez-Cerezo de la Fuente 2004