|
ELOGIO
DE LA INSURRECCIÓN:
Diálogo entre un sacerdote y un moribundo
(Marqués de Sade)
|
(...)
SACERDOTE
¿Quién puede comprender los designios inmensos
e infinitos de Dios sobre el hombre, y quién puede
comprender todo lo que vemos?
MORIBUNDO
Aquél que simplifica las cosas, amigo, sobre todo
aquél que no multiplica las causas para no oscurecer
aún más los efectos. ¿Qué
necesidad tienes de una segunda dificultad cuando no puedes
comprender la primera? Y ya que es posible que la naturaleza
por sí sola haya hecho lo que atribuyes a tu Dios,
¿por qué quieres adjudicarte un amo? La
causa de lo que no comprendes es, quizás, la cosa
más simple del mundo. Perfecciona tu física
y comprenderás mejor la naturaleza: depura tu razón,
desecha tus prejuicios, y ya no tendrás necesidad
de tu Dios. (Pág.26)
(...)
SACERDOTE
Entonces, ¿no tienes la más mínima
creencia en Dios?
MORIBUNDO
No. Y ello por una razón bien simple: que es perfectamente
imposible creer lo que no se comprende. Entre la comprensión
y la fe deben existir vínculos estrechos, la comprensión
es el primer alimento de la fe: donde no hay comprensión,
la fe está muerta. Y los que en ese caso pretendieron
poseerla, se engañan. No te creo capaz de creer
en el Dios que predicas, porque no sabrías demostrármelo,
porque no está en ti definírmelo, y en consecuencia
no lo comprendes. Y como no lo comprendes no puedes proporcionarme
ningún argumento razonable en su favor. En una
palabra, todo lo que está por encima de los límites
del espíritu humano es o quimera o inutilidad;
y no pudiendo ser tu dios sino una u otra de estas cosas,
en el primero de los casos sería yo un loco de
creer en él, un imbécil en el segundo.
(...) En consecuencia, no me has prestado ningún
servicio con la edificación de tu quimera, has
turbado mi espíritu, pero no me has aclarado nada,
y, en lugar de reconocimiento, sólo te debo rencor.
Tu Dios es una máquina que has fabricado para servir
a tus pasiones, y la haces funcionar a voluntad. Pero
desde el momento en que esa máquina perturba mis
pasiones, debes encontrar normal que la haya derribado.
Y justamente cuando mi alma débil tiene necesidad
de calma y de filosofía, no vengas a espantarla
con tus sofismas, que la asustarían sin convencerla
y la irritarían sin mejorarla. Amigo mío,
mi alma es lo que ha querido la naturaleza que sea, es
decir, el producto de órganos que ella se ha complacido
en brindarme, conforme a sus designios y necesidades:
y como tiene idéntica necesidad de vicios y virtudes,
cuando ha deseado llevarme hacia los primeros, lo he hecho,
cuando ha querido las segundas, me ha inspirado los deseos
consiguientes, y me he entregado a ellas sin reparos.
En esas leyes de la naturaleza, que responden sólo
a sus deseos y a sus necesidades, debes buscar la causa
única de la inconsecuencia humana. (Págs.
26, 27, 28)
(...)
SACERDOTE
Conforme a esto, me parece superfluo hablarte de religión.
MORIBUNDO
¿Por qué no? Nada me divierte tanto como
el exceso a que los hombres han podido llegar en materia
de religión; el fanatismo y la imbecilidad son
extravíos tan prodigiosos que su espectáculo,
desde mi punto de vista, pese a ser horroroso es siempre
interesante. Responde ahora con franqueza y sobre todo
desecha tu egoísmo. Si fuera yo lo suficientemente
débil como para dejarme sorprender por tus ridículos
sistemas sobre la existencia fabulosa del ser que hace
necesaria la religión, ¿bajo qué
forma me aconsejarías que le rindiera culto? ¿Preferirías
que adoptase los ensueños de Confucio antes que
las extravagancias de Brahma? ¿Debo adorar a la
gran serpiente de los negros, al astro de los peruanos
o el Dios de los ejércitos de Moisés? ¿A
cuál de las sectas de Mahoma quisieras que me convirtiese?
¿O cuál de las herejías cristianas
sería preferible para ti? (Pág.31)
(...)
SACERDOTE
Pero a pesar de todo, tienes que admitir alguna cosa después
de esta vida; es imposible que tu espíritu no haya
intentado alguna vez atravesar las tinieblas del destino
que nos aguarda. ¿Y qué sistema puede haberlo
satisfecho mejor que aquél que reserva una multitud
de penas para el que vive en el mal y una recompensa eterna
para el que vive en el bien?
MORIBUNDO
¿Cuál sistema? Pues el de la nada, amigo
mío. Jamás me ha asustado, y no veo nada
más consolador y simple. Todos los otros son obra
del orgullo, éste sólo lo es de la razón.
De todas maneras, esa nada no es espantosa ni absoluta.
¿No tengo a caso bajo los ojos el ejemplo de las
perpetuas generaciones y regeneraciones de la naturaleza?
Nada perece, amigo mío, nada se destruye en el
mundo; hoy hombre, mañana gusano, pasado mañana
mosca; ¿no es eso existir siempre? ¿y porqué
quieres que se me recompense por virtudes de las cuales
no he hecho mérito, o castigado por crímenes
que no he podido evitar? ¿Puedes conciliar la bondad
de tu pretendido dios con este sistema: puede él
haber querido crearme sólo para darse el gusto
de castigarme, y ello únicamente a causa de una
elección en la que no me deja alternativa?
(...) La Razón, sí, amigo mío, sólo
la razón debe advertirnos que dañar a nuestros
semejantes nunca puede hacernos dichosos; y nuestro corazón
indicarnos que contribuir a la felicidad ajena es el más
grande goce que la naturaleza nos haya acordado sobre
la tierra. Toda la moral humana está contenida
en esta frase: hacer tan felices a los demás como
uno mismo desearía serlo, y nunca causarles más
daño del que uno mismo quisiera recibir. He aquí,
amigo mío, he aquí los únicos principios
que debemos seguir, y no hay necesidad ni de religión
ni de Dios para apreciarlos y admitirlos, sólo
hace falta un buen corazón.
Pero siento que desfallezco; predicante, abandona tus
prejuicios, sé hombre, sé humano, sin temor
y sin esperanza; deja de lado tus dioses y tus religiones;
todo esto no sirve más que para poner el hierro
en la mano de los hombres, y la sola mención de
todos estos errores ha hecho verter más sangre
sobre la tierra, que todas las otras guerras y flagelos
juntos. Renuncia a la idea de otro mundo, no lo hay, pero
no renuncies al placer de ser feliz en éste y de
hacer felices a los demás. Es la única posibilidad
que la naturaleza te ofrece de duplicar tu existencia
o de extenderla. (Pág.38)
|
|
|