Este debate fue radiado originalmente en 1948 en
el Tercer Programa de la BBC. Fue publicado en Humanitas
en el otoño de 1948.
COPLESTON: Como
vamos a discutir aquí la existencia de Dios,
quizás sería conveniente llegar a un acuerdo
provisional en cuanto a lo que entendemos por el término
"Dios". Presumo que entendemos un ser personal
supremo, distinto del mundo y creador del mundo. ¿Está
de acuerdo, al menos provisionalmente, en aceptar esta
declaración como significado de la palabra "Dios"?
RUSSELL: Sí, acepto esa definición.
COPLESTON: Bien, mi posición es la posición
afirmativa de que tal ser existe realmente y que Su
existencia puede ser probada filosóficamente.
Quizás podría decirme si su posición
es la del agnosticismo o el ateísmo. Quiero decir,
¿cree que puede probarse la no existencia de
Dios?
RUSSELL: No, yo no digo eso: mi posición es agnóstica.
COPLESTON: ¿Está de acuerdo conmigo en
que el problema de Dios es un problema de gran importancia?
Por ejemplo, ¿está de acuerdo en que si
Dios no existe, los seres humanos y la historia humana
pueden no tener otra finalidad que la finalidad que
ellos decidan elegir, lo cual, en la práctica,
significaría la finalidad que impusieran los
que tienen poder para imponerla?
RUSSELL: Hablando en términos generales, si,
aunque tendría que poner alguna limitación
a su última cláusula.
COPLESTON: ¿Cree que si no hay Dios, si no hay
un Ser absoluto, puede haber valores absolutos? Quiero
decir, ¿cree que, si no hay un bien absoluto,
el resultado es la relatividad de los valores?
RUSSELL: No, creo que esas cuestiones son lógicamente
distintas. Tome, por ejemplo, la obra de G. E. Moore,
Principia Ethica, donde él sostiene que hay una
diferencia entre bien y mal, que ambas cosas son conceptos
definidos. Pero no saca a relucir la idea de Dios en
apoyo de su afirmación.
COPLESTON: Bueno, dejemos para más tarde la cuestión
del bien, hasta que lleguemos al argumento moral, y
antes daré un argumento metafísico. Querría
destacar principalmente el argumento metafísico
basado en el argumento de Leibniz de la "contingencia",
y luego discutiremos el argumento moral. ¿Quiere
que haga una breve exposición sobre el argumento
metafísico, y luego pasemos a discutirlo?
RUSSELL: Ése me parece un buen plan.
EL
ARGUMENTO DE LA CONTINGENCIA
COPLESTON: Bien, para aclarar, dividiré el argumento
en distintas fases. En primer lugar, diría, sabemos
que hay, al menos, ciertos seres en el mundo que no
contienen en sí mismos la razón de su
existencia. Por ejemplo, yo dependo de mis padres, y
ahora del aire, del alimento, etc.
Segundo, el mundo es simplemente la totalidad o el conjunto
real o imaginado de objetos individuales, ninguno de
los cuales contiene sólo en sí mismo la
razón de su existencia. No hay ningún
mundo distinto de los objetos que lo forman, así
como la raza humana no es algo aparte de sus miembros.
Por lo tanto, diría pues que existen objetos
y acontecimientos, y como ningún objeto de experiencia
contiene dentro de sí mismo la razón de
su existencia, esta razón, la totalidad de los
objetos, tiene que tener una razón fuera de sí
misma. Esa razón tiene que ser un ser existente.
Bien, ese ser es la razón de su propia existencia
o no lo es. Si lo es, enhorabuena. Si no lo es, tenemos
que seguir adelante. Pero si procedemos en este sentido
hasta el infinito, entonces no hay explicación
de la existencia. Así, diría, con el fin
de explicar la existencia, tenemos que llegar a un ser
que contiene en sí mismo la razón de su
existencia, es decir que no puede no existir.
RUSSELL: Eso plantea muchas cuestiones y no es del todo
fácil saber por dónde empezar, pero creo
que, quizás, respondiendo a su argumento, el
mejor modo de empezar es la cuestión del ser
necesario. La palabra "necesario", a mi entender,
sólo puede aplicarse significativamente a las
proposiciones. Y, en realidad, sólo a las analíticas,
es decir, a las proposiciones cuya negación supone
una contradicción manifiesta. Yo sólo
podría admitir un ser necesario si hubiera un
ser cuya existencia sólo pudiere negarse mediante
una contradicción manifiesta. Querría
saber si usted acepta la división de Leibniz
de las proposiciones en verdades de razón y verdades
de hecho. Si acepta las primeras, las verdades de razón,
como necesarias.
COPLESTON: Bien, yo, desde luego, no suscribo lo que
parece ser la idea de Leibniz sobre las verdades de
razón y las verdades de hecho, ya que al parecer,
para él, a la larga, sólo hay proposiciones
analíticas. Al parecer, para Leibniz, las verdades
de hecho se pueden reducir en último término
a verdades de razón. Es decir, a proposiciones
analíticas, al menos para la mente omnisciente.
Yo no estoy de acuerdo con eso. Por un lado, no se corresponde
con los requisitos de la experiencia de la libertad.
Yo no deseo apoyar toda la filosofía de Leibniz.
Me he valido de su argumento de la contingencia para
el ser necesario, basando el argumento en el principio
de la razón suficiente, simplemente porque me
parece una formulación breve y clara de lo que
es, en mi opinión, el argumento metafísico
fundamental de la existencia de Dios.
RUSSELL: Pero, a mi entender, "una proposición
necesaria" tiene que ser analítica. No veo
qué otra cosa puede significar. Y las proposiciones
analíticas son siempre complejas y lógicamente
algo lentas. "Los animales irracionales son animales"
es una proposición analítica; pero una
proposición como "Esto es un animal"
no puede ser nunca analítica. En realidad, todas
las proposiciones que pueden ser analíticas son
un poco lentas en la construcción de proposiciones.
COPLESTON: Tomemos la proposición "Si hay
un ser contingente, entonces hay un ser necesario".
Considero que esa proposición, hipotéticamente
expresada, es una proposición necesaria. Si va
a llamar proposición analítica a toda
proposición necesaria, entonces, para evitar
una discusión sobre terminología, convendré
en llamarla analítica, aunque no la considero
una proposición tautológica. Pero la proposición
es sólo una proposición necesaria en el
supuesto de que exista un ser contingente. El que exista
realmente un ser contingente tiene que ser descubierto
por experiencia, y la proposición de que existe
un ser contingente no es ciertamente una proposición
analítica, aunque, como usted sabe, yo una vez
sostuve que, si hay un ser contingente, necesariamente
hay un ser necesario.
RUSSELL: La dificultad de esta discusión estriba
en que yo no admito la idea de un ser necesario, y no
admito que tenga ningún significado particular
el llamar "contingentes" a otros seres. Estas
frases no tienen para mí significado más
que dentro de una lógica que yo rechazo.
COPLESTON: ¿Quiere decir que rechaza usted estos
términos porque no encajan en lo que se denomina
"lógica moderna"?
RUSSELL: Bien, no les encuentro significación.
La palabra "necesario" me parece una palabra
inútil, excepto cuando se aplica a proposiciones
analíticas, no a cosas.
COPLESTON: En primer lugar, ¿qué entiende
por "lógica moderna"? Que yo sepa,
hay sistemas un poco diferentes. En segundo lugar, no
todos los lógicos modernos reconocen seguramente
la falta de sentido de la metafísica. De todos
modos, ambos sabemos que había un pensador moderno
muy eminente, cuyos conocimientos de lógica moderna
eran bien profundos, que no pensaba ciertamente que
la metafísica carece de sentido o, en particular,
que el problema de Dios carece de sentido. De nuevo,
aunque todos los lógicos modernos sostuvieran
que los términos metafísicos carecen de
sentido, eso no significaría que tuviesen razón.
La proposición de que los términos metafísicos
carecen de sentido me parece una proposición
basada en una supuesta filosofía. La proposición
dogmática que hay detrás de ella parece
ser ésta: lo que no cabe dentro de mi máquina
no existe, o carece de sentido; es la expresión
de la emoción. Sencillamente, estoy tratando
de destacar que cualquiera que afirma que un sistema
particular de lógica moderna es el único
criterio sensato, afirma algo superdogmático;
insiste dogmáticamente en que una parte de la
filosofía es toda la filosofía. Después
de todo, un ser "contingente" es un ser que
no tiene en sí mismo la completa razón
de su existencia, que es lo que yo entiendo por ser
contingente. Usted sabe, tan bien corno yo, que no puede
ser explicada la existencia de ninguno de nosotros sin
referencia a algo o alguien fuera de nosotros, nuestros
padres, por ejemplo. Por el contrario, un ser "necesario"
significa un ser que tiene que existir y no puede dejar
de existir. Puede decir que no existe tal ser, pero
le va a ser difícil convencerme de que no entiende
los términos que uso. Si no los entiende, ¿qué
motivos tiene entonces para decir que no existe ese
ser, si es eso lo que dice?
RUSSELL: Bien, aquí hay puntos en los que no
quiero profundizar. No sostengo en absoluto que la metafísica
carezca de sentido en general. Sostengo la falta de
sentido de ciertos términos particulares, no
basándome en alguna razón general, sino
simplemente porque no he sido capaz de ver una interpretación
de esos términos particulares. No es un dogma
general; es una cosa particular. Pero, por el momento,
dejo esos puntos. Y diré que lo que ha dicho
nos lleva, a mi entender, al argumento ontológico
de que hay un ser cuya esencia implica existencia, de
forma que Su existencia es analítica. A mí
eso me parece imposible, y plantea, claro está,
la cuestión de lo que uno entiende por existencia,
y, en cuanto a esto, pienso que no puede decirse nunca
que un sujeto nombrado existe significativamente, sino
sólo un sujeto descrito. Y que la existencia,
en realidad, no es, definitivamente, un predicado.
COPLESTON: Bien, usted dice, me parece, que es mala
gramática o, mejor dicho, mala sintaxis el decir,
por ejemplo, "T. S. Eliot existe"; debería
decirse, por ejemplo, "El autor de Asesinato en
la Catedral existe". ¿Va usted a decirme
que la proposición "La causa del mundo existe"
carece de significado? Puede decir que el mundo no tiene
causa; pero yo no veo cómo puede decir que la
proposición "La causa del mundo existe"
no tiene sentido. Póngalo en forma de pregunta:
"¿Tiene el mundo una causa?" "¿Existe
la causa del mundo?" La mayoría de la gente
entendería seguramente la pregunta, aun cuando
no estén de acuerdo sobre la respuesta.
RUSSELL: Bien; realmente la pregunta "¿Existe
la causa del mundo?" es una pregunta con significado.
Pero si dice "Sí, Dios es la causa del mundo",
emplea a Dios como nombre propio; luego "Dios existe"
no será una afirmación con significado;
ésa es la postura que yo defiendo. Porque, por
lo tanto, se deduce que no puede nunca ser una proposición
analítica decir que esto o aquello existe. Por
ejemplo, supongamos que toma como tema "el círculo
cuadrado existente"; parecería una proposición
analítica decir "el círculo cuadrado
existente existe", pero no existe.
COPLESTON: No, no existe, pero no se puede decir que
no existe hasta que se tenga un concepto de lo que es
la existencia. En cuanto a la frase "círculo
cuadrado existente" yo diría que carece
absolutamente de significado.
RUSSELL: Completamente dé acuerdo. Entonces yo
diría lo mismo en otro contexto en lo que respecta
a un "ser necesario".
COPLESTON: Bien, parece que hemos llegado a un callejón
sin salida. El decir que un ser necesario es un ser
que tiene que existir y no puede dejar de existir tiene
para mí un significado definido. Para usted carece
de significado.
RUSSELL: Bien, podemos llevar el asunto un poco más
lejos, me parece. Un ser que tiene que existir y que
no puede dejar de existir sería, según
usted, un ser cuya esencia supone existencia.
COPLESTON: Sí, un ser que es la esencia de lo
que ha de existir. Pero yo no querría discutir
la existencia de Dios simplemente partiendo de la idea
de Su esencia, porque no creo que hasta ahora tengamos
una clara intuición de la esencia de Dios. Creo
que tenemos que discutir partiendo de la experiencia
del mundo hasta llegar Dios.
RUSSELL: Sí, veo claramente la diferencia. Pero,
al mismo tiempo, un ser con el conocimiento suficiente
podría decir: "¡Aquí está
este ser cuya esencia supone existencia!"
COPLESTON: Sí, ciertamente, si alguien viera
a Dios, vería que Dios tiene que existir.
RUSSELL: Por eso digo que hay un ser cuya esencia supone
existencia aunque no conozcamos esa esencia. Sólo
sabemos que ese ser existe.
COPLESTON: Sí, yo añadiría que
no conocemos la esencia a priori. Sólo a posteriori,
a través de nuestra experiencia del mundo, llegamos
a un conocimiento de la existencia de ese ser. Y entonces,
uno se dice, la esencia y la existencia tienen que ser
idénticas. Porque si la esencia de Dios y la
existencia de Dios no son idénticas, entonces
habría que buscar más allá de Dios
alguna razón suficiente de esta existencia.
RUSSELL: Luego, todo gira en torno a la cuestión
de la razón suficiente y tengo que declarar que
no me ha definido aún la "razón suficiente"
de un modo que yo pueda comprenderla. ¿Qué
entiende por razón suficiente? ¿No quiere
decir causal?
COPLESTON: No necesariamente. La causa es una especie
de razón suficiente. Sólo un ser contingente
puede tener una causa. Dios es Su propia razón
suficiente; y Él no es la causa de Sí.
Por razón suficiente, en sentido absoluto, entiendo
una explicación adecuada de la existencia de
algún ser particular.
RUSSELL: Pero ¿cuándo es adecuada una
explicación? Supongamos que yo me dispongo a
encender una cerilla. Usted puede decir que una explicación
suficiente es que la frote contra la caja.
COPLESTON: Bien, en lo que respecta a la práctica,
sí, pero teóricamente esa es sólo
una explicación parcial. Una explicación
adecuada tiene que ser en último término
una explicación total, a la cual no se puede
añadir nada más.
RUSSELL: Entonces sólo puedo decir que usted
busca algo que no se puede conseguir, y que no debemos
esperar conseguir.
COPLESTON: El decir que no se ha encontrado es una cosa;
el decir que no debe buscarse me parece demasiado dogmático.
RUSSELL: Bien, no lo sé. Quiero decir que la
explicación de una cosa es otra cosa que hace
la otra cosa dependiente de otra cosa aún, y
que hay que captar todo este lamentable sistema de cosas
para hacer lo que usted quiere, y eso no lo podemos
hacer.
COPLESTON: ¿Pero me va a decir que no podemos
o que no deberíamos siquiera plantear la cuestión
de la existencia de esta lamentable serie de cosas...
de todo el universo?
RUSSELL: Sí. No creo que tenga ningún
sentido. Creo que la palabra "universo" es
una palabra útil con relación a algo,
pero no creo que represente algo que tenga un significado.
COPLESTON: Si la palabra carece de significado, no puede
ser tan útil. De todas maneras, no digo que el
universo sea algo distinto de los objetos que lo componen
(ya lo indiqué en mi breve resumen de la prueba);
lo que hago es buscar la razón, en este caso
la causa, de los objetos, cuya totalidad real o imaginada
constituye lo que llamamos universo. ¿Usted dice:
yo creo que el universo -o mi existencia si lo prefiere,
o cualquier otra existencia- es ininteligible?
RUSSELL: Primero voy a rebatir el punto de que si una
palabra carece de sentido no puede ser útil.
Eso suena bien, pero no es verdad. Tomemos, por ejemplo,
la palabra "el" o "que". Usted no
puede indicarme ningún objeto con esos significados,
pero son muy útiles; yo diría lo mismo
de "universo". Pero dejando eso aparte, usted
pregunta si creo que el universo es ininteligible. Yo
no diría ininteligible; creo que no tiene explicación.
Inteligible para mí es una cosa diferente. Se
refiere a la cosa en sí, intrínsecamente,
y no a sus relaciones.
COPLESTON: Bien, mi criterio es que lo que denominamos
mundo es intrínsecamente ininteligible, aparte
de la existencia de Dios. Verá, yo no creo que
el carácter infinito de una serie de acontecimientos
-me refiero a una serie horizontal, por así decirlo-,
si ese carácter infinito pudiera ser probado,
tenga alguna relevancia. Si usted suma chocolates, obtendrá
chocolates y no una oveja. Si suma chocolates hasta
el infinito, es presumible que obtendrá un número
infinito de chocolates. Así, si suma seres contingentes
hasta el infinito, seguirá obteniendo seres contingentes,
no un ser necesario. Una serie infinita de seres contingentes
será, de acuerdo con mi modo de pensar, igualmente
incapaz de ser su causa, como un solo ser contingente.
Sin embargo, usted dice, según creo, que no se
puede plantear la cuestión de lo que explicaría
la existencia de cualquier objeto particular, ¿no
es así?
RUSSELL: Sí, si entiende que explicarla es simplemente
hallar su causa.
COPLESTON: Bien, ¿por qué detenernos en
un objeto particular? ¿Por qué no presentar
la cuestión de la causa de la existencia de todos
los objetos particulares?
RUSSELL: Porque no encuentro la razón para pensar
que la hay. Todo concepto de causa está derivado
de nuestra observación de cosas particulares;
no encuentro ninguna razón para suponer que el
total tenga una causa, cualquiera que sea.
COPLESTON: Bien, el decir que no hay causa no es lo
mismo que decir que no debemos buscar una causa. La
afirmación de que no hay causa debería
venir, si viene, al final de la indagación, no
al principio. En cualquier caso, si el total carece
de causa, entonces, a mi manera de ver, tiene que ser
su propia causa, lo que me parece imposible. Además,
la afirmación de que el mundo existe, aunque
sólo sea como respuesta a una pregunta, presupone
que la pregunta tiene sentido.
RUSSELL: No, no necesita ser su propia causa; lo que
digo es que el concepto de causa no es aplicable al
total.
COPLESTON: Entonces, ¿está de acuerdo
con Sartre en que el universo es lo que él llama
"gratuito"?
RUSSELL: Bien, la palabra "gratuito" sugiere
que podría haber algo más; yo digo que
el universo simplemente existe, eso es todo.
COPLESTON: Bien, no comprendo cómo suprime la
legitimidad de preguntar cómo el total, o cualquiera
de las partes, ha adquirido existencia. ¿Por
qué algo, mejor que nada? El hecho de que sostengamos
nuestra noción de casualidad empíricamente
de causas particulares no excluye la posibilidad de
preguntar cuál es la causa de la serie. Si la
palabra "causa" careciera de sentido, o si
pudiera demostrarse que el criterio de Kant sobre la
materia era el verdadero, la pregunta sería ilegítima;
pero usted no parece sostener que la palabra "causa"
carezca de sentido, ni creo que sea kantiano.
RUSSELL: Puedo ilustrar lo que me parece su falacia
por excelencia. Todo hombre existente tiene una madre
y me parece que su argumento es que, por lo tanto, la
raza humana tiene una madre, pero evidentemente la raza
humana no tiene una madre: ésa es una esfera
lógica diferente.
COPLESTON: Bien, realmente no veo ninguna similitud.
Si dijera "todo objeto tiene una causa fenoménica;
por lo tanto, toda la serie tiene una causa fenoménica",
habría una similitud; pero no digo eso; digo:
todo objeto tiene una causa fenoménica si insiste
en la infinidad de la serie, pero la serie de causas
fenoménicas es una explicación insuficiente
de la serie. Por lo tanto, la serie tiene, no una causa
fenoménica, sino una causa trascendente.
RUSSELL: Eso, presuponiendo siempre que no sólo
cada cosa particular del mundo sino el mundo globalmente
tiene que tener una causa. No encuentro la razón
para esa suposición. Si usted me la da, le escucharé.
COPLESTON: Bien, la serie de acontecimientos tiene causa
o no tiene causa. Si la tiene, debe haber, evidentemente,
una causa fuera de la serie. Si no tiene causa, entonces
es suficiente por sí misma, y si lo es, es lo
que yo llamo necesaria. Pero no puede ser necesaria
ya que cada miembro es contingente, y hemos convenido
en que el total no tiene realidad aparte de sus miembros,
y por lo tanto no puede ser necesario. Por lo tanto,
no puede carecer de causa, y tiene que tener una causa.
Y me gustaría anotar, de pasada, que la afirmación
"el mundo existe sencillamente y es inexplicable"
no puede ser producto del análisis lógico.
RUSSELL: No quiero parecer arrogante, pero me parece
que puedo concebir cosas que usted dice que la mente
humana no puede concebir. En cuanto a que las cosas
no tengan causa, los físicos nos aseguran que
la transición del cuántum individual de
los átomos carece de causa.
COPLESTON: Bien, yo me pregunto si eso no es simplemente
una inferencia transitoria.
RUSSELL: Puede ser, pero demuestra que las mentes de
los físicos pueden concebirlo.
COPLESTON: Sí, convengo en que algunos científicos
-los físicos- están dispuestos a permitir
la indeterminación dentro de un campo restringido.
Pero hay muchos científicos que no están
tan dispuestos. Creo que el profesor Dingle, de la Universidad
de Londres, sostiene que el principio de la incertidumbre
de Heisenberg nos dice algo sobre el éxito (o
la falta de él) de la presente teoría
atómica basada en observaciones correlativas,
pero no sobre la naturaleza en sí, y muchos físicos
comparten este criterio. Sea como sea, no comprendo
cómo los físicos pueden no aceptar la
teoría en la práctica, aunque no la acepten
en teoría. No comprendo cómo puede hacerse
ciencia, si no es basándose en la suposición
del orden y la inteligibilidad de la naturaleza. El
físico presupone, al menos tácitamente,
que tiene cierto sentido investigar la naturaleza y
buscar las causas de los acontecimientos, como el detective
presupone que tiene un sentido el buscar la causa de
un asesinato. El metafísico supone que tiene
sentido buscar la razón o la causa de los fenómenos
y, como no soy kantiano, considero que el metafísico
está tan justificado en su suposición
como el físico. Cuando Sartre, por ejemplo, dice
que el mundo es gratuito, creo que no ha considerado
suficientemente lo que implica "gratuito".
RUSSELL: Creo... me parece que de eso no podemos hablar
por extensión; un físico busca causas;
eso no significa necesariamente que haya causas por
todas partes. Un hombre puede buscar oro sin suponer
que haya oro en todas partes; si encuentra oro, enhorabuena;
si no lo encuentra mala suerte. Lo mismo ocurre cuando
los físicos buscan causas. En cuanto a Sartre,
no sé exactamente lo que quiere decir, y no querría
que pensasen que lo interpreto, pero, por mi parte,
creo que la noción de que el mundo tiene una
explicación es un error. No veo por qué
uno debe esperar que la tenga, y creo que lo que dice
sobre la justificación de la suposición
del científico es una afirmación excesiva.
COPLESTON: Bien, me parece que el científico
hace ciertas suposiciones. Cuando experimenta para averiguar
alguna verdad particular, detrás del experimento
se esconde la suposición de que el universo no
es simplemente discontinuo. Existe la posibilidad de
averiguar una verdad mediante el experimento. El experimento
puede ser malo, puede no tener resultado, o no el resultado
deseado, pero, de todas maneras existe la posibilidad
de hallar la verdad que supone mediante el experimento.
Y esto me parece que presupone un universo ordenado
e inteligible.
RUSSELL: Creo que está generalizando más
de lo necesario. Sin duda el científico supone
que probablemente la hallará y con frecuencia
es así. No da por supuesto que la hallará
seguro y ése es un asunto muy importante en la
física moderna.
COPLESTON: Bien, creo que lo da por supuesto, o está
obligado a darlo tácitamente, en la práctica.
Puede ocurrir, citando al profesor Haldane que "cuando
encienda un gas bajo la marmita, parte de las moléculas
de agua se evaporarán, y no habrá modo
de averiguar cuáles serán", pero
no hay que pensar necesariamente que la idea de la casualidad
tenga que ser introducida excepto en relación
con nuestros propios conocimientos.
RUSSELL: No, no es así, al menos si puedo creer
en lo que él mismo dice. Descubre muchas cosas
el científico; descubre muchas cosas que están
sucediendo en el mundo, que son, al principio, comienzos
de cadenas causales, primeras causas que no tienen causa
en sí mismas. No supone que todo tiene una causa.
COPLESTON: Seguramente hay una primera causa dentro
de un cierto campo elegido. Es una primera causa relativa.
RUSSELL: No creo que diga eso. Si existe un mundo en
el cual la mayoría de los acontecimientos, pero
no todos, tienen causas, el científico podrá
describir las probabilidades e incertidumbres suponiendo
que este acontecimiento particular en que uno está
interesado, probablemente tiene una causa. Y como, en
cualquier caso, no se tiene más que la probabilidad,
con eso basta.
COPLESTON: Puede ocurrir que el científico no
espere obtener más que la probabilidad, pero,
al plantear la cuestión, supone que la cuestión
de la explicación tiene un significado. Pero
su criterio general es, entonces, Lord Russell, que
no es siquiera legítimo plantear la cuestión
de la causa del mundo, ¿no es así?
RUSSELL: Sí, ésa es mi postura.
COPLESTON: Si esa cuestión carece para usted
de significado, es, claro está, muy difícil
discutirla, ¿no es cierto?
RUSSELL: Sí, es muy difícil. ¿Qué
le parece si pasamos a otros problemas?
LA EXPERIENCIA RELIGIOSA
COPLESTON: Muy bien. Voy a decir unas palabras sobre
la experiencia religiosa, y luego pasaremos a la experiencia
moral. Yo no considero la experiencia religiosa como
una prueba estricta de la existencia de Dios, por lo
que el carácter de la discusión cambia
un poco, pero creo que puede decirse que su mejor aplicación
es la existencia de Dios. Por experiencia religiosa
no entiendo simplemente sentirse a gusto. Entiendo una
apasionada, aunque oscura, conciencia de un objeto que
irresistiblemente parece al sujeto de la experiencia
algo que le trasciende, algo que trasciende todos los
objetos normales de experiencia, algo que no puede ser
imaginado, ni conceptualizado, pero cuya realidad es
indudable, al menos durante la experiencia. Yo afirmaría
que no puede explicarse adecuadamente y sin dejarse
cosas en el tintero; sólo subjetivamente. La
experiencia básica real, de todos modos, se explica
fácilmente mediante la hipótesis de que
existe realmente alguna causa objetiva de esa experiencia.
RUSSELL: Yo respondería a esa argumentación
que todo el argumento que se derive de nuestros estados
de conciencia con respecto a algo fuera de nosotros
es un asunto muy peligroso. Aun cuando todos admitimos
su validez, sólo nos sentimos justificados al
hacerlo, me parece a mí, en virtud del consenso
de la humanidad. Si hay una multitud en una habitación
y en la habitación hay un reloj, todos pueden
ver el reloj. El hecho de que todos puedan verlo tiende
a hacerles pensar que no se trata de una alucinación:
mientras que esas experiencias religiosas tienden a
ser muy particulares.
COPLESTON: Sí, así es. Hablo estrictamente
de la experiencia mística pura, y ciertamente
no incluyo lo que se llaman visiones. Me refiero sencillamente
a la experiencia, y admito plenamente que es inefable,
del objeto trascendente o de lo que parece ser un objeto
trascendente. Recuerdo que Julian Huxley dijo en una
conferencia que la experiencia religiosa, o la experiencia
mística, es una experiencia tan real como el
enamorarse o el apreciar la poesía y el arte.
Bien, yo creo que cuando apreciamos la poesía
y el arte apreciamos poemas concretos o una obra de
arte en concreto. Si nos enamoramos, nos enamoramos
de alguien, no de nadie.
RUSSELL: Permítame interrumpirle un momento.
Eso no sucede siempre así. Los novelistas japoneses
nunca creen que han conseguido su objetivo hasta que
gran cantidad de seres reales se han suicidado por amor
a la heroína imaginaria.
COPLESTON: Bien, le creo lo que dice que sucede en el
Japón. No me he suicidado, gracias a Dios, pero
me vi fuertemente influido, al tomar dos importantes
decisiones en mi vida, por dos biografías. Sin
embargo, debo aclarar que encuentro poca semejanza entre
la influencia real de esos libros sobre mí, y
la experiencia mística pura, hasta el punto,
entiéndase, en que alguien ajeno a ella puede
tener una idea de tal experiencia.
RUSSELL: Bien, yo quiero decir que no debemos considerar
a Dios al mismo nivel que los personajes de una obra
de ficción. ¿Reconocerá que aquí
hay una diferencia?
COPLESTON: Desde luego. Pero lo que yo diría
es que la mejor explicación parece ser la explicación
que no es puramente subjetiva. Claro que una explicación
subjetiva es posible en el caso de cierta gente, en
la que hay escasa relación entre la experiencia
y la vida, como en el caso de los alucinados, etc. Pero
cuando se llega al tipo puro, como por ejemplo San Francisco
de Asís, cuando se obtiene una experiencia cuyo
resultado es un desbordamiento de amor creativo y dinámico,
la mejor explicación, a mi entender, es la existencia
real de una causa objetiva de la experiencia.
RUSSELL: Bien, yo no afirmo dogmáticamente que
no hay Dios. Lo que sostengo es que no sabemos que lo
haya. Yo sólo puedo tener en cuenta lo que se
registra, y encuentro que se registran muchas cosas,
pero estoy seguro de que usted no acepta lo que se dice
sobre los demonios, etc., aunque todas esas cosas se
afirman exactamente con el mismo tono de voz y con la
misma convicción. Y el místico, si su
visión es verdadera, puede decir que él
sabe que existen los demonios. Pero yo no sé
que los haya.
COPLESTON: Seguramente en el caso de los demonios ha
habido gente que ha hablado principalmente de visiones,
apariciones, ángeles o diablos, etcétera.
Yo excluiría las apariciones porque pueden ser
explicadas con independencia de la existencia del sujeto
supuestamente visto.
RUSSELL: Pero ¿no cree que hay suficientes casos
registrados de personas que creen que han oído
cómo Satán les hablaba dentro de su corazón,
del mismo modo que los místicos afirman a Dios?
Y ahora no hablo de una visión exterior, hablo
de una experiencia puramente mental. Ésa parece
ser una experiencia de la misma clase que la experiencia
de Dios de los místicos, y no veo por qué,
por lo que nos dicen los místicos, no se puede
sostener el mismo argumento en favor de Satán.
COPLESTON: Estoy completamente de acuerdo en que hay
gente que ha imaginado o pensado que ha visto u oído
a Satán. Y de pasada, yo no tengo el menor deseo
de negar la existencia de Satán. Pero no creo
que la gente haya afirmado haber experimentado a Satán,
del modo preciso en que los místicos afirman
haber experimentado a Dios. Tomemos el caso de Plotino,
que no era cristiano. Éste admite la experiencia
de algo inexpresable, el objeto es un objeto de amor,
y por lo tanto no un objeto que causa horror y disgusto.
Y el efecto de esa experiencia está, diría,
refrendado o, mejor dicho, la validez de la experiencia
está refrendada por las crónicas de la
vida de Plotino. De todas maneras, es más razonable
suponer que tuvo esa experiencia, si hemos de aceptar
el relato de Porfirio sobre la bondad y benevolencia
de Plotino.
RUSSELL: El hecho de que una creencia tenga un buen
efecto moral sobre un hombre no constituye ninguna evidencia
en favor de su verdad.
COPLESTON: No, pero si pudiera probarse de verdad que
la creencia era realmente la causa de un buen efecto
en la vida de ese hombre, la consideraría una
presunción en favor de alguna verdad; en todo
caso, de la parte positiva de la creencia, no de su
entera validez. Pero, sea como sea, utilizo el carácter
de su vida como prueba en favor de la veracidad y la
cordura del místico más que como prueba
de la verdad de sus creencias.
RUSSELL: Pero incluso eso no lo considero como prueba.
Yo he tenido experiencias que han alterado mi carácter
profundamente. Y de todas maneras, en aquel momento
pensé que fue alterado para bien. Aquellas experiencias
eran importantes, pero no suponían la existencia
de algo fuera de mí, y no creo que, si yo hubiere
pensado que la suponían, el hecho de que tuvieran
un efecto saludable constituiría una prueba de
que yo tenía razón.
COPLESTON: No, pero creo que el buen efecto atestiguaría
su veracidad en la descripción de la experiencia.
Por favor, recuerde que no estoy diciendo que la mediación
de un místico o la interpretación de su
experiencia deban ser inmunes a la crítica o
discusión.
RUSSELL: Evidentemente, el carácter de un joven
puede verse, y con frecuencia se ve, inmensamente afectado
para bien por las lecturas sobre un gran hombre de la
historia, y puede ocurrir que el gran hombre sea un
mito y no exista, pero el muchacho queda tan afectado
para bien como si existiera. Ha habido gente así.
En las Vidas de Plutarco encontramos el ejemplo de Licurgo,
que no existió de verdad, pero se puede uno ver
muy influido leyendo cosas sobre Licurgo, teniendo incluso
la impresión de que ha existido. Entonces uno
habrá recibido la influencia de un objeto que
ha amado, pero no habrá objeto existente.
COPLESTON: En eso estoy de acuerdo con usted; un hombre
puede sufrir la influencia de un personaje de ficción.
Sin profundizar en la cuestión de qué
es lo que precisamente le afecta (yo diría que
un valor real), creo que la situación de ese
hombre y del místico son diferentes. Después
de todo, el hombre influido por Licurgo no ha tenido
la irresistible impresión de que ha experimentado,
en alguna forma, la última realidad.
RUSSELL: No creo que haya captado bien mi criterio sobre
estos personajes históricos, estos personajes
no históricos de la historia. No supongo lo que
usted llama un efecto sobre la persona. Supongo que
el joven, al leer sobre esa persona y creerla real,
la ama, cosa que ocurre con mucha facilidad, pero, sin
embargo, ama a un fantasma.
COPLESTON: En un sentido ama a un fantasma, eso es perfectamente
cierto; en el sentido, quiero decir, que ama a X o Y
que no existen. Pero, al mismo tiempo, creo que el muchacho
no ama al fantasma como tal; percibe el valor real,
una idea que reconoce como objetivamente válida,
y eso es lo que despierta su amor.
RUSSELL: Sí, en el mismo sentido en que hablábamos
antes de los personajes de ficción.
COPLESTON: Sí, en un sentido el hombre ama a
un fantasma; perfectamente cierto. Pero, en otro, ama
lo que percibe como un valor.
EL
ARGUMENTO MORAL
RUSSELL: Pero ¿ahora no está diciendo,
en efecto, que entiende por Dios todo cuanto es bueno,
o la suma total de lo que es bueno, el sistema de lo
que es bueno, y, por lo tanto, cuando un joven ama algo
bueno, ama a Dios? ¿Es eso lo que dice? Porque,
si lo es, hay que discutirlo.
COPLESTON: No digo, claro está, que Dios sea
la suma total o el sistema de lo bueno en el sentido
panteísta; no soy panteísta, pero sí
creo que toda bondad refleja a Dios de alguna forma
y procede de Él, de modo que el hombre que ama
lo que es realmente bueno, ama a Dios, aun cuando no
advierta a Dios. Pero convengo en que la validez de
esta interpretación de la conducta de un hombre
depende del reconocimiento de la existencia de Dios,
evidentemente.
RUSSELL: Sí, pero ése es un punto que
hay que probar.
COPLESTON: De acuerdo, pero yo considero que lo prueba
el argumento metafísico y ahí diferimos.
RUSSELL: Verá, yo entiendo que hay cosas buenas
y cosas malas. Yo amo las cosas que son buenas, que
yo creo que son buenas, y odio las cosas que creo malas.
No digo que las cosas buenas lo son porque participan
de la divina bondad.
COPLESTON: Sí, pero ¿cuál es su
justificación para distinguir entre lo bueno
y lo malo, o cómo se las arregla para distinguir
ambas cosas?
RUSSELL: No necesito justificación alguna, como
no la necesito cuando distingo entre el azul y el amarillo.
¿Cuál es mi justificación para
distinguir entre el azul y el amarillo? Veo que son
diferentes.
COPLESTON: Estoy de acuerdo en que ésa es una
excelente justificación. Usted distingue el amarillo
del azul porque los ve, pero ¿cómo distingue
lo bueno de lo malo?
RUSSELL: Por mis sentimientos.
COPLESTON: Por sus sentimientos. Bien, eso era lo que
yo preguntaba. ¿Usted cree que el bien y el mal
hacen referencia simplemente al sentimiento?
RUSSELL: Bien, ¿por qué un tipo de objeto
parece amarillo y otro azul? Puedo darle una respuesta
a eso gracias a los físicos, y en cuanto a que
yo considere mala una cosa y otra buena, probablemente
la respuesta es de la misma clase, pero no ha sido estudiada
del mismo modo y no se la puedo dar.
COPLESTON: Bien, tomemos por ejemplo el comportamiento
del comandante de Belsen. A usted le parece malo e indeseable,
y a mí también. Para Adolfo Hitler, me
figuro que sería algo bueno y deseable. Supongo
que usted reconocerá que para Hitler era bueno
y para usted malo.
RUSSELL: No, no voy a ir tan lejos. Quiero decir que
hay gente que comete errores en eso, como puede cometerlos
en otras cosas. Si tiene ictericia verá las cosas
amarillas aun cuando no lo sean. En eso comete un error.
COPLESTON: Sí, uno puede cometer errores, pero
¿se puede cometer un error cuando se trata simplemente
de una cuestión referida a un sentimiento o a
una emoción? Seguramente Hitler sería
el único juez posible en lo relativo a sus propias
emociones.
RUSSELL: Tiene razón al decir eso, pero puede
decir también varias cosas sobre los demás;
por ejemplo, que si eso afectaba de tal manera las emociones
de Hitler, entonces Hitler afecta de un modo totalmente
distinto a mis emociones.
COPLESTON: Concedido. Pero ¿no hay criterio objetivo,
aparte del sentimiento, para condenar la conducta del
comandante de Belsen, según usted?
RUSSELL: No más que para una persona daltónica
que se encuentra exactamente en la misma posición.
¿Por qué condenamos intelectualmente al
daltónico? ¿Porque se trata de una minoría?
COPLESTON: Yo diría que es porque le falta algo
que normalmente pertenece a la naturaleza humana.
RUSSELL: Sí, pero si se tratara de una mayoría,
no diríamos eso.
COPLESTON: Entonces,
usted diría que no hay criterio aparte del sentimiento
que nos permita distinguir entre la conducta del comandante
de Belsen y la conducta, por ejemplo, de Sir Strafford
Cripps, o del Arzobispo de Canterbury.
RUSSELL: Lo del sentimiento es demasiado simple. Hay
que tener en cuenta los efectos de los actos y los sentimientos
hacia ésos efectos. Como verá, puede provocar
una discusión, si usted dice que cierta clase
de sucesos le agradan y que otros no le agradan. Entonces,
tendría que tener en cuenta los efectos de las
acciones. Puede decir muy bien que los efectos de las
acciones del comandante de Belsen fueron dolorosos y
desagradables.
COPLESTON: Indudablemente lo fueron, de acuerdo, para
toda la gente del campo.
RUSSELL: Sí, pero no sólo para la gente
del campo, sino también para los extraños
que los contemplaban.
COPLESTON: Sí, completamente cierto. Pero ése
es mi criterio. No apruebo esos actos, y sé que
usted no los aprueba, pero no veo razón alguna
para no aprobarlos, porque, después de todo,
para el comandante de Belsen esos actos era agradables.
RUSSELL: Sí, pero ve que en este caso no necesito
más razones que en el caso de la percepción
de los colores. Hay personas que piensan que todo es
amarillo, hay gentes que sufren de ictericia, y yo no
estoy de acuerdo con ellas. No puedo probar que las
cosas no son amarillas, no hay prueba de ello, pero
la mayoría de la gente está de acuerdo
conmigo en que el comandante de Belsen estaba cometiendo
errores.
COPLESTON: Bien, ¿acepta alguna obligación
moral?
RUSSELL: El responder a eso me obligaría a extenderme
mucho. Hablando en términos prácticos,
sí. Hablando teóricamente, tendría
que definir la obligación moral muy cuidadosamente.
COPLESTON: Bien, ¿cree que la palabra "debo"
tiene simplemente una connotación emocional?
RUSSELL: No, no lo creo, porque, como decía hace
un momento, uno tiene que tener en cuenta los efectos,
y yo opino que la buena conducta es la que probablemente
produciría el mayor saldo posible en valor intrínseco
de todos los actos posibles de acuerdo con las circunstancias,
y hay que tener en cuenta los efectos probables de una
acción al considerar lo que es bueno.
COPLESTON: Bien, yo traje a colación la obligación
moral porque pienso que uno puede acercarse por ese
camino a la cuestión de la existencia de Dios.
La gran mayoría de la raza humana hará,
y siempre ha hecho, alguna distinción entre el
bien y el mal. La gran mayoría, a mi entender,
tiene alguna conciencia de una obligación en
la esfera moral. Yo opino que la percepción de
valores y la conciencia de una ley y una obligación
morales tienen su mejor aplicación en la hipótesis
de una razón trascendente del valor y de un autor
de la ley moral. No entiendo por "autor de la ley
moral" un autor arbitrario de la ley moral. Creo,
en realidad, que esos ateos modernos que han sostenido,
a la inversa, "no hay Dios; por lo tanto, no hay
valores absolutos ni ley absoluta" son completamente
lógicos.
RUSSELL: No me gusta la palabra "absoluto".
No creo que haya nada absoluto. La ley moral, por ejemplo,
cambia constantemente. En un período del desarrollo
de la raza humana casi todo el mundo pensaba que el
canibalismo era un deber.
COPLESTON: Bien, no veo que las diferencias entre juicios
morales particulares constituyan ningún argumento
concluyente contra la universidad de la ley moral. Supongamos
por el momento que hay valores morales absolutos; incluso
manejando esta hipótesis sólo se puede
esperar que diferentes individuos y diferentes grupos
posean diversos grados de percepción de esos
valores.
RUSSELL: Me siento inclinado a pensar que "debo",
el sentimiento que uno tiene acerca de "debo",
es un eco de lo que nos han dicho nuestros padres y
nuestras ayas.
COPLESTON: Bien, yo me pregunto si se puede acabar con
la idea del "debo" solamente en términos
de ayas y de padres. Realmente no sé cómo
puede ser transmitida a nadie en otros términos
que los propios. Me parece que, si hay un orden moral
que pesa sobre la conciencia humana, entonces ese orden
moral es ininteligible sin la existencia de Dios.
RUSSELL: Entonces, tiene que elegir una de las dos cosas.
O Dios sólo habla a un pequeño porcentaje
de la humanidad -que da la casualidad que le comprende
a usted-, o deliberadamente dice cosas que no son ciertas,
cuando se dirige a la conciencia de los salvajes.
COPLESTON: Bien, yo no estoy sugiriendo que Dios dicte
realmente los preceptos morales a la conciencia. Las
ideas humanas del contenido de la ley moral dependen,
desde luego, en gran parte de la educación y
del medio, y un hombre tiene que usar su razón
al estimar la validez de las ideas morales reales de
su grupo social. Pero la posibilidad de criticar el
código moral aceptado presupone que hay un patrón
objetivo, que hay un orden moral ideal, que se impone
(quiero decir, cuyo carácter obligatorio puede
ser reconocido). Creo que el reconocimiento de este
orden moral ideal es parte del reconocimiento de la
contingencia. Implica la existencia de un fundamento
real de Dios.
RUSSELL: Pero el legislador siempre ha sido, a mi parecer,
los padres o alguien semejante. Hay muchos legisladores
terrestres, lo que explica por qué las conciencias
de la gente son tan extraordinariamente distintas en
diferentes tiempos y lugares.
COPLESTON: Eso ayuda a explicar las diferencias de percepción
de los valores morales particulares, diferencias que
de lo contrario son inexplicables. Ayudará también
a explicar los cambios en materia de ley moral, en el
contenido de los preceptos aceptados por esta o aquella
nación, o este o aquel individuo. Pero su forma,
lo que Kant llama el imperativo categórico, el
"debo", yo realmente no sé cómo
puede ser inculcado a nadie por los padres o las ayas,
porque no hay términos posibles, que yo sepa,
con que se pueda explicar. No puede definirse con otros
términos que los suyos propios, porque una vez
que se le ha definido en otros términos que ésos,
se ha terminado con él. Ya no es un deber moral.
Ya es otra cosa.
RUSSELL: Bien, yo creo que el sentimiento del deber
es la consecuencia de la imaginaria reprobación
de alguien; puede ser la imaginaria reprobación
de Dios, pero es la reprobación imaginaria de
alguien. Y eso es lo que yo entiendo por "deber".
COPLESTON: A mí me parece que todas las cosas
externas, las costumbres y tabús, son las que
pueden ser explicadas en base al medio y la educación,
mas todo eso pertenece, a mi entender, a lo que llamo
la materia de la ley, al contenido. La idea de "deber"
es tal que no puede ser inculcada a un hombre por un
jefe de tribu ni por nadie, porque no hay términos
para ello. Me parece perfectamente... (Russell interrumpe).
RUSSELL: Pero no encuentro ninguna razón para
decir eso. Todos sabemos algo sobre reflejos condicionados.
Sabemos que un animal, si se le castiga habitualmente
por un determinado acto, a1 cabo de un tiempo dejará
de hacerlo. No creo que el animal deje de hacerlo porque
se ha dicho "mi amo se enfadará si hago
esto". Tiene la sensación de que no debe
hacer aquello. Eso es lo que ocurre con nosotros y nada
más.
COPLESTON: No veo ninguna razón que nos haga
suponer que un animal tiene conciencia de la obligación
moral; y la verdad es que no consideramos a un animal
moralmente responsable por sus actos de desobediencia.
Pero el hombre tiene conciencia de la obligación
y de los valores morales. No creo que se pueda condicionar
a los hombres, como se puede "condicionar"
a un animal, ni supongo que usted quisiera hacerlo realmente,
aun cuando se pudiera. Si el conductismo fuera cierto,
no habría distinción moral objetiva entre
el emperador Nerón y San Francisco de Asís.
No puedo menos que pensar, Lord Russell, que usted considera
la conducta del comandante de Belsen como moralmente
reprensible, y que usted jamás, bajo la circunstancia
que fuese, actuaría de ese modo, aun cuando pensase,
o tuviera razones para pensar, que posiblemente el saldo
de felicidad de la raza humana podría aumentarse
si se tratase a algunas personas de esa manera abominable.
RUSSELL: No. Yo no imitaría la conducta de un
perro rabioso. Pero el que no lo hiciera no incumbe
a la cuestión que estamos discutiendo.
COPLESTON: No, pero si usted estuviera dando una explicación
utilitaria del bien y del mal en términos de
consecuencias, podría sostenerse, y yo supongo
que algunos de los mejores nazis lo habrán sostenido,
que, aunque es lamentable proceder de este modo, sin
embargo, a la larga el saldo de felicidad es mayor.
No creo que usted afirme eso, ¿verdad? Yo creo
que usted dirá que esa acción es mala,
en sí, aparte de que aumente o no la felicidad
general. Entonces, si está dispuesto a decir
esto, creo que debe de tener cierto criterio del bien
y del mal, al margen del criterio del sentimiento. Para
mí, ese reconocimiento tendría como último
resultado el reconocimiento de Dios, como suprema razón
de los valores existentes.
RUSSELL: Creo que nos estamos confundiendo. No es el
sentimiento directo hacia el acto el que me sirve de
juicio, sino más bien el sentimiento hacia sus
efectos. Y no puedo reconocer circunstancia alguna en
la cual ciertas clases de conducta como las que ha estado
poniendo como ejemplo podrían causar un bien.
No concibo circunstancias en las cuales pudieran tener
un efecto beneficioso. Creo que las personas que lo
creen se engañan. Pero si hubiera circunstancias
en las que produjesen un efecto beneficioso, entonces
podría verme obligado a decir, aunque de mala
gana, "No me gustan esas cosas, pero las aceptaré",
como acepto el Código Penal, aunque el castigo
me molesta profundamente.
COPLESTON: Bien, quizás ha llegado el momento
de que yo haga un resumen de mi postura. He discutido
dos cosas. Primero, que la existencia de Dios puede
ser probada filosóficamente, mediante un argumento
metafísico; segundo, que sólo la existencia
de Dios da sentido a la experiencia moral y a la experiencia
religiosa del hombre. Personalmente, opino que su modo
de explicar los juicios morales del hombre lleva inevitablemente
a una contradicción entre lo que exige su teoría
y sus juicios espontáneos. Además, su
teoría da de lado a la obligación moral,
y eso no es una explicación. Con respecto al
argumento metafísico, aparentemente estamos de
acuerdo en que lo que llamamos mundo consiste sencillamente
en seres contingentes. Es decir, en seres carentes de
razón para su propia existencia. Usted dice que
la serie de acontecimientos no necesita explicación:
yo digo que, si no hubiera un ser necesario, un ser
que tuviera que existir y no pudiera dejar de existir,
no existiría nada. El carácter infinito
de la serie de seres contingentes, aun probado, no conduciría
a nada. Hay algo que existe; por lo tanto tiene que
haber algo que explique este hecho, un ser que esté
al margen de la serie de seres contingentes. Si usted
hubiera admitido esto, podríamos haber discutido
si ese ser es personal, bueno, etc. En el punto sobre
el que hemos realmente discutido, si hay o no un ser
necesario, yo estoy de acuerdo con la gran mayoría
de los filósofos clásicos.
Usted sostiene, según creo, que los seres existentes
existen sencillamente, y que no hay justificación
para plantear la cuestión de la explicación
de su existencia. Pero yo querría indicar que
esta posición no puede fundamentarse mediante
el análisis lógico; expresa una filosofía
que necesita pruebas. Creo que hemos llegado a un callejón
sin salida porque nuestras ideas filosóficas
son radicalmente diferentes; me parece que a lo que
yo llamo una parte de la filosofía, usted lo
llama el total, al menos en lo que tiene de racional
la filosofía. Me parece, si me perdona que se
lo diga, que además de su sistema lógico,
que llama "moderno" por oposición a
la lógica anticuada (un adjetivo tendencioso),
defiende una filosofía que no puede ser verificada
mediante el análisis lógico. Después
de todo, el problema de la existencia de Dios es un
problema existencial mientras que el análisis
lógico no trata directamente los problemas de
la existencia. Luego, a mi modo de ver, declarar que
los términos que suponen una serie de problemas
carecen de sentido, porque no son necesarios para tratar
otra serie de problemas, es establecer desde un principio
la naturaleza y la extensión de la filosofía,
y esto en sí mismo es un acto filosófico
que necesita justificación.
RUSSELL: Bien, también yo diré unas cuantas
palabras como resumen. Primero, en cuanto al argumento
metafísico: no admito las connotaciones del término
"contingente" o la posibilidad de explicación
en el sentido del padre Copleston. Creo que la palabra
"contingente" inevitablemente sugiere la posibilidad
de algo que no tendría lo que llamaría
usted el carácter accidental de existir simplemente,
y no creo que esto sea verdad excepto en el sentido
puramente causal. A veces se puede dar una explicación
causal de algo diciendo que es el efecto de otra cosa,
pero esto es sólo referir una cosa a otra y no
hay -a mi entender- explicación alguna en el
sentido del padre Copleston, ni tiene sentido tampoco
llamar "contingentes" a las cosas, porque
no podrían ser de otra manera. Esto es lo que
yo diría acerca de eso, pero querría decir
unas palabras sobre la acusación del padre Copleston
acerca de que considero la lógica como el total
de la filosofía, lo que no es así. No
considero en absoluto la lógica como el total
de la filosofía. Creo que la lógica es
una parte esencial de la filosofía y que la lógica
tiene que ser usada en filosofía, y creo que
en eso él y yo estamos de acuerdo. Cuando la
lógica que él usa era nueva, a saber,
en la época de Aristóteles, hubo que darle
una gran importancia; Aristóteles le dio pues
una gran importancia a la lógica. Ahora se ha
hecho vieja y respetable y no hay que darle tanta importancia.
La lógica en que yo creo es relativamente nueva
y, por lo tanto, tengo que imitar a Aristóteles
dándole mucha importancia; pero no es que yo
crea que representa toda la filosofía, no lo
creo. Creo que es una parte importante de la filosofía
y, cuando digo eso, que no encuentro un significado
para esta o la otra palabra, se trata de una apreciación
basada en lo que he averiguado sobre esa palabra en
particular, al pensar acerca de ella. No se trata de
una postura general que implique que todas las palabras
usadas en metafísica carezcan de sentido, o cosa
semejante, que realmente yo no creo.
Con respecto al argumento moral advierto que cuando
uno estudia antropología o historia se da cuenta
de que hay personas que piensan que su deber consiste
en realizar actos que yo considero abominables y, por
lo tanto, no puedo atribuir origen divino a la materia
de la obligación moral, cosa que el padre Copleston
no me pide; pero creo que incluso la forma que toma
la obligación moral, cuando se trata de ordenarle
a uno que se coma a su padre, por ejemplo, no me parece
una cosa muy noble y bella; y, por lo tanto, no puedo
atribuir origen divino a la obligación moral
en este sentido que creo que puede explicarse fácilmente
de otras muchas maneras.
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