Santa
Teresa de Jesús: STJ
Sor Micaela: SM
SM.-
Madre, yo
creo que encerradas en nuestra celda, no podemos encontrar
a Dios, porque acabamos haciendo un Dios a nuestra medida.
Para conocer a Dios, habría que salir al mundo,
hablar con la gente, viajar
STJ.-
sí,
claro, como Santo Tomás de Aquino. Fíjate,
el viajó por toda Europa, Nápoles, Roma,
París, Munich
y pudo hablar y discutir
con mucha gente. Pero eso era porque era un hombre.
Pero las mujeres no podemos.
SM.-
¿Y
sabe usted porqué, madre?
STJ.-
Pues, debe
ser algún designio divino inescrutable; pero
las mujeres debemos encerrarnos en conventos, para buscar
a Dios, no tenemos más opciones. La mayoría
de las mujeres de extramuros están casadas con
hombres a los que no aman, cargadas de hijos que no
pueden criar a su gusto
ó bien se ven obligadas
a una vida de pecado, como putas ó concubinas,
al servicio de hombres horribles, y claro, así
no se puede estar cerca de Dios.
SM.-
¿Y
no hay mujeres que amen y estén tan cerca de
Dios como nosotras sin ser monjas, ni putas, ni concubinas,
ni casadas con hombres que no aman, ni...?
STJ.-
Pues no,
me temo. Las que lo intentan, acaban en la hoguera,
acusadas de brujas, ó lapidadas por adúlteras,
y otras cosas nada agradables.
SM.-
Así
que, en realidad, nosotras las monjas somos las mujeres
más libres, las más cercanas a Dios.
STJ.-
En efecto
hermana. Por algún motivo que desconocemos, el
Señor ha dispuesto que para que podamos amarle
y ser libres, debemos odiar a las personas, y encerrarnos
en conventos. A Santo Tomás de Aquino, le hicieron
santo y le nombraron Doctor de la Iglesia por haber
acercado a los hombres en el conocimiento de Dios mediante
la razón. A mí me acabarán haciendo
Santa y Doctora, pero por rescatar mujeres de las garras
de hombres horribles para acercarlas a Dios, ya ves.
SM.-
A mi eso
me duele, porque me hubiera gustado tener hijos e hijas,
ver crecer a pedacitos de mi cuerpo y mi alma, para
que me quisieran y me acompañaran cuando fuera
vieja. Pero claro, no puedo.
STJ.-
Sí,
le ocurre igual a muchas hermanas. Lo que pasa es que
el precio de tener hijos es demasiado alto. Tendrías
que atarte a un hombre al que acabarías más
odiando que amando, no podrías comunicarte con
tus hijos e hijas, porque te verías obligada
a educarlos como quisiera tu marido. Y cuando fueras
vieja, te darías cuenta que esos pedacitos de
tu cuerpo y tu alma, son monstruitos extraños,
con los que eres incapaz de comunicarte.
SM.-
¿y
no cree usted, que eso cambiará algún
día? ¿Qué un día, el Señor
dispondrá que las mujeres podamos estar cerca
de Dios siendo al menos un poquito libres?
STJ.-
¿a
que te refieres, hermana?
SM.-
a que podamos
amar a Dios sin recluirnos. A que podamos vivir con
un hombre sólo si le amamos y mientras le amamos
sin ser pecadoras, ni putas, ni concubinas; a que podamos
criar hijos a nuestro gusto, ó a que podamos
elegir si queremos tener hijos e hijas ó no queremos
tenerlos, a que podamos tener un oficio como los hombres,
a que ganemos el sustento por nosotras mismas en el
oficio que más nos gustase, a que podamos viajar
y hablar con gente tranquilamente
STJ.-
¿Elegir
no tener hijos viviendo con un hombre? ¿No es
eso contra natura?
SM.-
Sí,
madre, todo lo que digo es contra natura. Pero imagine,
¿no sería maravilloso que Dios dispusiese
algún día que las mujeres pudiéramos
ser, al menos un poquito libres?
STJ.-
Pues
no
sé.
SM.-
Si algún
día es así, yo envidiaría a esas
mujeres, mujeres con conciencia limpia, y espíritu
libre.
STJ.-
¡Bah!,
no creas que yo las envidiaría. Esas mujeres
de mente libre, acabarían odiando a las personas
igual ó más que nosotras, y se recluirían.
Como su conciencia sería limpia y libre, no serían
nada aburridas, tendrían mucho que contar a los
demás, y mucha gente se arremolinaría
a su alrededor, pero nadie las entendería. Acabarían
amargadas, deseosas de comunicarse con los demás,
pero jamás lo conseguirían. Acabarían
odiando a las personas, recluidas en sí mismas,
solas.
Sigo pensando, que, de un modo u otro, Dios ha dispuesto
que para que las mujeres podamos amarle y ser libres,
debemos odiar a las personas.
SM.-
Usted dirá
lo que quiera, madre; pero eso de poder tener pareja
libremente, poder criar hijos e hijas a tu gusto, ó
elegir no tener hijos e hijas sin renunciar al amor
de un hombre; eso de poder viajar y hablar con libertad,
eso de poder leer y discutir con libertad cualquier
cosa, eso de tener la conciencia limpia y libre
¡Y SIENDO MUJER Y ESTANDO CERCA DE DIOS AL MISMO
TIEMPO! ¡Todo eso debe ser la leche!
STJ.-
Pues
sí, la leche merengada. Huy!, ¡he gastado
una broma!, voy a confesar
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