Aunque las obras filosóficas de mayor relevancia
de Bertrand Russell se ocupan principalmente de los
fundamentos de las matemáticas y de la filosofía
del lenguaje, son muchos los escritos de este autor
dedicados a cuestiones sociales y políticas.
Todos ellos son un intento de responder a las problemáticas
de su tiempo, ante las cuales siempre estuvo alerta.
Siendo su vida tan longeva (nació en 1872 y murió
en 1970) podemos encontrar análisis que van desde
la moral de la época victoriana hasta la guerra
de Vietnam y el problema del armamento nuclear.
La obra "Principios de reconstrucción social"
pertenece a este segundo tipo de escritos. En ella se
ocupa de temas como el Estado, la guerra como institución,
la propiedad, la educación, el matrimonio y la
cuestión de la población así como
de la religión y las iglesias. Para cada uno
de estas cuestiones dedica un capítulo del libro,
si bien un capítulo inicial titulado "El
principio del progreso" sirve para mostrar el marco
general en el que se analizan los problemas posteriormente.
Este marco o punto de referencia consiste, por un lado,
en un análisis de los motivos por los que actúa
el ser humano. Russell distingue entre el DESEO y el
IMPULSO (concediendo a éste una mayor importancia
en la determinación de la conducta humana).
Tanto unos como otros, pueden ser creativos (como sucede,
o podría suceder, en la educación, el
matrimonio y la religión), impulsos que pretenden
crear algo original, o bien pueden estar destinados
a adquirir o retener aquello que ya existe (el Estado
y la propiedad). En cada capítulo mencionado
Russell examina en qué medida las instituciones
existentes favorecen unas u otras tendencias y qué
cambios podrían realizarse para favorecer los
deseos e impulsos creativos.
Por otro lado el filósofo británico contempla
la sociedad, en lo que se refiere a su estructura fundamental,
como un campo de batalla de dos fuerzas: el interés
de organizaciones e instituciones por mantener la situación
estable y lo más segura posible, en primer lugar,
y, como contrapartida, el interés del individuo
por su libertad, capaz de crear algo nuevo y original.
Ambos factores, dirá Russell, son necesarios
(y ambos pueden resultar nocivos llevados al extremo,
pues pueden degenerar en parálisis o en anarquía
respectivamente).
Esta obra está escrita en 1916 y contiene por
ello numerosas referencias a la Primera Guerra Mundial
y a la situación en aquel momento de Alemania
e Inglaterra, pero esto no supone una traba para el
aprovechamiento del libro en la actualidad, más
bien al contrario, pues uno observa que la estupidez
humana sigue siendo la misma, por lo que una crítica
tan lúcida como la de Russell es siempre bienvenida.
Principios de reconstrucción social contiene
sintetizadas muchas de las cuestiones con las que Russell
se seguirá enfrentando a lo largo de su vida
y que darán lugar a obras que se dedicarán
con exclusividad a los temas mencionados, como "La
educación y el orden social", "Matrimonio
y moral" o "Por qué no soy cristiano"
(todos ellos altamente recomendados).
El libro se cierra con un capítulo titulado "Lo
que debemos hacer" en el que, terminado el análisis
de las instituciones y de las organizaciones a nivel
nacional e internacional, se va conformando un ideal
humano a nivel personal: la racionalidad impulsada por
el afecto, siendo ambos necesarios; un interés
por el mundo capaz de trascender las barreras del yo.
También este ideal encontrará un desarrollo
posterior, en la obra "La conquista de la felicidad".
"La buena vida -nos dirá allí- es
la vida impulsada por el amor y guiada por el conocimiento".
Unas líneas del propio Russell nos darán
una idea de su talante, de su espíritu crítico
y de su vitalidad:
"¿Nos
da miedo pensar?
Los hombres temen al pensamiento más de lo que
temen a cualquier otra cosa del mundo; más que
la ruina, incluso más que la muerte.
El pensamiento es subversivo y revolucionario, destructivo
y terrible. El pensamiento es despiadado con los privilegios,
las instituciones establecidas y las costumbres cómodas;
el pensamiento es anárquico y fuera de la ley,
indiferente a la autoridad, descuidado con la sabiduría
del pasado.
Pero si el pensamiento ha de ser posesión de
muchos, no el privilegio de unos cuantos, tenemos que
habérnoslas con el miedo. Es el miedo el que
detiene al hombre, miedo de que sus creencias entrañables
no vayan a resultar ilusiones, miedo de que las instituciones
con las que vive no vayan a resultar dañinas,
miedo de que ellos mismos no vayan a resultar menos
dignos de respeto de lo que habían supuesto.
¿Va a pensar libremente el trabajador sobre la
propiedad? Entonces, ¿qué será
de nosotros, los ricos? ¿Van a pensar libremente
los muchachos y las muchachas jóvenes sobre el
sexo? Entonces, ¿qué será de la
moralidad? ¿Van a pensar libremente los soldados
sobre la guerra? Entonces, ¿qué será
de la disciplina militar?
¡Fuera el pensamiento!
¡Volvamos a los fantasmas del prejuicio, no vayan
a estar la propiedad, la moral y la guerra en peligro!
Es mejor que los hombres sean estúpidos, amorfos
y tiránicos, antes de que sus pensamientos sean
libres. Puesto que si sus pensamientos fueran libres,
seguramente no pensarían como nosotros. Y este
desastre debe evitarse a toda costa.
Así arguyen los enemigos del pensamiento en las
profundidades inconscientes de sus almas. Y así
actúan en las iglesias, escuelas y universidades."
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