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SANTO TOMÁS (1225-1274)
(Resumen)

En la obra de Santo Tomás de Aquino podemos observar dos influencias fundamentales, el pensamiento de Aristóteles, por un lado, y la doctrina cristiana, por otro. Santo Tomás tratará de conciliar ambas, de ahí que una de sus grandes preocupaciones sea el tema de la relación entre la razón y la fe, que son consideradas como complementarias. El ámbito de la razón es el de aquellas verdades que no son explicadas por la revelación; la filosofía ayuda a la teología al ofrecer argumentos racionales para las verdades de fe. En el caso de que la razón y la fe se encontrasen en conflicto, sin embargo, debería ser el filósofo el que revisase sus argumentos, pues la fe sirve como criterio para contrastar la corrección de la investigación racional en busca de la verdad (que es una, pues, contra Averroes, Santo Tomás, niega la teoría de las dos verdades).

La influencia de Aristóteles se muestra en las muchas teorías y modos de analizar los problemas que toma de él. Por ejemplo, al igual que Aristóteles, Santo Tomás analiza el movimiento en términos de potencia y acto, también considera que el ser humano está dotado de materia y forma, siendo la primera el cuerpo y la segunda el alma (que, de nuevo al igual que Aristóteles, se subdividía en distintos tipos según sus funciones: vegetativa, sensitiva e intelectiva).

En la explicación que da Santo Tomás acerca de cómo conocemos la influencia aristotélica es de nuevo evidente: 1. Todo conocimiento comienza en los sentidos, que captan los objetos particulares y permiten que nos formemos "imágenes" de las cosas (imágenes que siguen siendo individuales). 2. Más adelante el entendimiento agente, por medio de la abstracción, elimina lo que hay de concreto e individual en las imágenes y extrae las "formas" que estaban en ellas. 3. El entendimiento pasivo permite, a partir de las formas, conocer las "esencias" y con ellas los conceptos que permiten formujar juicios y razonamientos. 4. Por último el entendimiento reconoce al individuo al que se le puede aplicar el concepto universal.

Naturalmente, la influencia del cristianismo lleva a la reflexión acerca de Dios. En primer lugar, la cuestión de su existencia y la medida en que podemos conocerlo para tratar seguidamente su naturaleza y la relación que pueda guardar con el mundo:

Comienza postulando la necesidad de la demostración de la proposición "Dios es o existe", porque, aunque sea evidente por sí misma, no lo es para nosotros. Rechaza luego las demostraciones a priori u ontológicas, arguyendo, contra el argumento ontológico, que no es válido el paso del mundo ideal (de la idea del ser máximamente perfecto) a su existencia real: Admite, pues, únicamente las pruebas a posteriori, es decir, aquellas que van de los efectos a las causas. Estas pruebas o vías, son cinco. En todas ellas se parte de un hecho de evidencia sensible: en el mundo hay cosas que se mueven, cosas que en su totalidad aparecen ordenadas a un fin, etc. Estas constataciones constituyen la premisa mayor de un razonamiento, cuya premisa menor o intermedia es un principio metafísico (y cuya conclusión es la existencia de Dios en todos los casos).

La primera vía "del movimiento" argumenta que en el mundo hay movimiento. Cada cosa es movida por otra, pero no podemos continuar de esa forma hasta una regresión infnita, sino que ha de admitirse la existencia de un primer motor que no es movido por ningún otro.

La segunda vía "de la causalidad" ofrece un modelo parecido pero en esta ocasión con respecto a las causas de las cosas. Ha de haber una causa primera.

La vía de la "contingencia" afirma que la existencia de seres meramente posibles (que podrían no haber existido) no se explica por sí misma, sino por Dios.

La vía de los "grados de perfección": tan sólo en comparación con la máxima perfección hablamos de mayor o menor perfección en las cosas. Luego esa suma perfección debe existir.

La vía del "orden cósmico" afirma que el mundo y las cosas que contienen están hechas de tal forma que tienden a un fin. No siendo ellas mismas inteligentes, dicha finalidad debe proceder de un ser superior.

De estas vías se concluye, en el primer caso, la existencia de un motor inmovil; en el segundo, de una Causa incausada; en el tercero, de un ser necesario; en el cuarto, de un ser perfectísmo, y en el quinto, de una suprema Inteligencia ordenadora.

Una vez demostrada la existencia de Dios, investiga Santo Tomás hasta qué punto podemos conocerlo, estipulando varias formas por las que podemos alcanzar algún conocimiento de Dios. Por la vía de la negación podemos, por lo pronto, alcanzar alguna noticia de él conociendo qué no es. Por la denominada vía de la eminencia, en cambio, atribuimos a Dios las perfecciones absolutas como Ser, bueno, viviente... Algunos de esos atributos se derivan de la consideración objetiva y absoluta de la naturaleza o ser de Dios: la simplicidad, la perfección, la infinitud, la inmutabilidad y la unidad, sin embargo, a pesar de ello el conocimiento que tenemos de Dios no deja de ser sino una analogía, una aproximación.

Por lo que respecta a la relación entre Dios y el mundo cabe decir que éste ha sido creado por aquel de la nada y fruto de un acto libre. El mundo y todo lo que contiene participa, por decirlo de algún modo, de Dios, de la misma forma que el mundo sensible de Platón participaba de las Ideas inmutables. El problema que no tiene solución, al menos una solución racional, es la cuestión acerca de si la existencia del mundo es eterna o tuvo un comienzo

Finalmente, por lo que respecta a la ética, Santo Tomas no busca, como Epicuro, qué es lo que de hecho mueve a los hombres a obrar -a lo que el epicureísmo respondía que el placer- sino cuál es el fin a cuyo cumplimiento está orientado el ser humano, o lo que es lo mismo, en qué consisten la plenitud y la perfección humanas. Al igual que cualquier otro ser natural, el hombre posee ciertas tendencias enraizadas en su naturaleza, ciertas líneas de conducta orientadas a un fin específico. Al ser el hombre un ser racional, puede conocer estas tendencias y deducir normas de conducta que den cumplimiento a éstas. En el hombre la naturaleza se manifiesta especialmente en el atributo de la racionalidad, cuya función consisten en el reconocimiento de fines y la elección de medios para conseguirlos. Esas tendencias fundamentales que el hombre puede reconocer a sí mismo son: la de conservar su propia existencia, como le ocurre a cualquier otra sustancia; la de procrear, que le es común con el resto de los animales; la de conocer la verdad, como animal racional que es, y el vivir en sociedad. La vida en sociedad, en efecto, exige la ordenación racional de la convivencia con vistas al logro de ciertos fines, lo que la distingue de cualquier otra asociación animal. Estas tendencias de tipo general han de concretarse luego en normas particulares. La ley natural ha de ser evidente -es decir, fácilmente cognoscible por todos los hombres- universal e inmutable, puesto que la naturaleza humana es común a todos a pesar de las diversidades raciales y culturales, y permanece constante a través de las vicisitudes históricas.

 
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