En la obra de Santo
Tomás de Aquino podemos observar dos influencias
fundamentales, el pensamiento de Aristóteles,
por un lado, y la doctrina cristiana, por otro. Santo
Tomás tratará de conciliar ambas, de ahí
que una de sus grandes preocupaciones sea el tema de
la relación entre la razón y la fe, que
son consideradas como complementarias. El ámbito
de la razón es el de aquellas verdades que no
son explicadas por la revelación; la filosofía
ayuda a la teología al ofrecer argumentos racionales
para las verdades de fe. En el caso de que la razón
y la fe se encontrasen en conflicto, sin embargo, debería
ser el filósofo el que revisase sus argumentos,
pues la fe sirve como criterio para contrastar la corrección
de la investigación racional en busca de la verdad
(que es una, pues, contra Averroes, Santo Tomás,
niega la teoría de las dos verdades).
La influencia
de Aristóteles se muestra en las muchas teorías
y modos de analizar los problemas que toma de él.
Por ejemplo, al igual que Aristóteles, Santo
Tomás analiza el movimiento en términos
de potencia y acto, también considera que el
ser humano está dotado de materia y forma, siendo
la primera el cuerpo y la segunda el alma (que, de nuevo
al igual que Aristóteles, se subdividía
en distintos tipos según sus funciones: vegetativa,
sensitiva e intelectiva).
En la explicación
que da Santo Tomás acerca de cómo conocemos
la influencia aristotélica es de nuevo evidente:
1. Todo conocimiento comienza en los sentidos, que captan
los objetos particulares y permiten que nos formemos
"imágenes" de las cosas (imágenes
que siguen siendo individuales). 2. Más adelante
el entendimiento agente, por medio de la abstracción,
elimina lo que hay de concreto e individual en las imágenes
y extrae las "formas" que estaban en ellas.
3. El entendimiento pasivo permite, a partir de las
formas, conocer las "esencias" y con ellas
los conceptos que permiten formujar juicios y razonamientos.
4. Por último el entendimiento reconoce al individuo
al que se le puede aplicar el concepto universal.
Naturalmente,
la influencia del cristianismo lleva a la reflexión
acerca de Dios. En primer lugar, la cuestión
de su existencia y la medida en que podemos conocerlo
para tratar seguidamente su naturaleza y la relación
que pueda guardar con el mundo:
Comienza postulando
la necesidad de la demostración de la proposición
"Dios es o existe", porque, aunque sea evidente
por sí misma, no lo es para nosotros. Rechaza
luego las demostraciones a priori u ontológicas,
arguyendo, contra el argumento ontológico, que
no es válido el paso del mundo ideal (de la idea
del ser máximamente perfecto) a su existencia
real: Admite, pues, únicamente las pruebas a
posteriori, es decir, aquellas que van de los efectos
a las causas. Estas pruebas o vías, son cinco.
En todas ellas se parte de un hecho de evidencia sensible:
en el mundo hay cosas que se mueven, cosas que en su
totalidad aparecen ordenadas a un fin, etc. Estas constataciones
constituyen la premisa mayor de un razonamiento, cuya
premisa menor o intermedia es un principio metafísico
(y cuya conclusión es la existencia de Dios en
todos los casos).
La primera vía
"del movimiento" argumenta que en el mundo
hay movimiento. Cada cosa es movida por otra, pero no
podemos continuar de esa forma hasta una regresión
infnita, sino que ha de admitirse la existencia de un
primer motor que no es movido por ningún otro.
La segunda vía "de la causalidad" ofrece
un modelo parecido pero en esta ocasión con respecto
a las causas de las cosas. Ha de haber una causa primera.
La vía de la "contingencia" afirma
que la existencia de seres meramente posibles (que podrían
no haber existido) no se explica por sí misma,
sino por Dios.
La vía de los "grados de perfección":
tan sólo en comparación con la máxima
perfección hablamos de mayor o menor perfección
en las cosas. Luego esa suma perfección debe
existir.
La vía del "orden cósmico" afirma
que el mundo y las cosas que contienen están
hechas de tal forma que tienden a un fin. No siendo
ellas mismas inteligentes, dicha finalidad debe proceder
de un ser superior.
De estas vías
se concluye, en el primer caso, la existencia de un
motor inmovil; en el segundo, de una Causa incausada;
en el tercero, de un ser necesario; en el cuarto, de
un ser perfectísmo, y en el quinto, de una suprema
Inteligencia ordenadora.
Una vez demostrada
la existencia de Dios, investiga Santo Tomás
hasta qué punto podemos conocerlo, estipulando
varias formas por las que podemos alcanzar algún
conocimiento de Dios. Por la vía de la negación
podemos, por lo pronto, alcanzar alguna noticia de él
conociendo qué no es. Por la denominada vía
de la eminencia, en cambio, atribuimos a Dios las perfecciones
absolutas como Ser, bueno, viviente... Algunos de esos
atributos se derivan de la consideración objetiva
y absoluta de la naturaleza o ser de Dios: la simplicidad,
la perfección, la infinitud, la inmutabilidad
y la unidad, sin embargo, a pesar de ello el conocimiento
que tenemos de Dios no deja de ser sino una analogía,
una aproximación.
Por lo que respecta
a la relación entre Dios y el mundo cabe decir
que éste ha sido creado por aquel de la nada
y fruto de un acto libre. El mundo y todo lo que contiene
participa, por decirlo de algún modo, de Dios,
de la misma forma que el mundo sensible de Platón
participaba de las Ideas inmutables. El problema que
no tiene solución, al menos una solución
racional, es la cuestión acerca de si la existencia
del mundo es eterna o tuvo un comienzo
Finalmente, por
lo que respecta a la ética, Santo Tomas no busca,
como Epicuro, qué es lo que de hecho mueve a
los hombres a obrar -a lo que el epicureísmo
respondía que el placer- sino cuál es
el fin a cuyo cumplimiento está orientado el
ser humano, o lo que es lo mismo, en qué consisten
la plenitud y la perfección humanas. Al igual
que cualquier otro ser natural, el hombre posee ciertas
tendencias enraizadas en su naturaleza, ciertas líneas
de conducta orientadas a un fin específico. Al
ser el hombre un ser racional, puede conocer estas tendencias
y deducir normas de conducta que den cumplimiento a
éstas. En el hombre la naturaleza se manifiesta
especialmente en el atributo de la racionalidad, cuya
función consisten en el reconocimiento de fines
y la elección de medios para conseguirlos. Esas
tendencias fundamentales que el hombre puede reconocer
a sí mismo son: la de conservar su propia existencia,
como le ocurre a cualquier otra sustancia; la de procrear,
que le es común con el resto de los animales;
la de conocer la verdad, como animal racional que es,
y el vivir en sociedad. La vida en sociedad, en efecto,
exige la ordenación racional de la convivencia
con vistas al logro de ciertos fines, lo que la distingue
de cualquier otra asociación animal. Estas tendencias
de tipo general han de concretarse luego en normas particulares.
La ley natural ha de ser evidente -es decir, fácilmente
cognoscible por todos los hombres- universal e inmutable,
puesto que la naturaleza humana es común a todos
a pesar de las diversidades raciales y culturales, y
permanece constante a través de las vicisitudes
históricas.
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