FILOSOFÍA
La obra Tractatus Logico-Philosophicus
es una muestra de la concepción filosófica denominada
atomismo lógico que Bertrand Russell desarrolló
en torno a 1918. El atomismo lógico afirma que la
realidad está formada por hechos complejos que, a
su vez, están constituidos por hechos simples o atómicos
(cómo sean esos hechos complejos o los atómicos o
qué ejemplos podamos ofrecer de ellos no es ahora
relevante, sino la estructura subyacente de la realidad
y las relaciones entre sus componentes).
El lenguaje, por otro lado,
está constituído de la misma forma y en él encontramos
proposiciones complejas que, a su vez, están formadas
por proposiciones simples o atómicas. Cuando Wittgenstein
afirma que nos hacemos representaciones de los
hechos (2.1.) lo que puede parecer simplemente
una observación cierta pero, por obvia, poco significativa,
está afirmando en realidad que existe una exacta equivalencia
entre los elementos del lenguaje y los elementos de
la realidad. El lenguaje representa (éste
es un término clave) la realidad de tal forma que,
a cada elemento de la realidad le corresponde un elemento
en el lenguaje, y las relaciones existentes entre
los elementos de la realidad se dan también, y de
la misma forma, entre los elementos del lenguaje.
A continuación profundizaremos
en esta concepción mostrando a qué se debe esta simetría
o paralelismo entre el lenguaje y la realidad, qué
entiende Wittgenstein por representació y cuáles son
las consecuencias de la filosofía de Wittgenstein,
tal y como aparece en el Tractatus, en otros ámbitos,
como la ciencia, la ética, o en la propia filosofía.
Para analizar el Tractatus
con mayor claridad nos vamos a basar en el esquema
general de la obra que figura a continuación:
(Esquema realizado por José
Sánchez-Cerezo de la Fuente y Ana de Frutos
y del Valle)
|
Si bien puede parecernos en
un primer momento demasiado complejo como para captar
en él de un vistazo la concepción del mundo del Tractatus,
en las líneas siguientes procederemos a reconstruir
dicho esquema pieza a pieza conforme comentamos la
filosofía de Wittgenstein. Finalmente, o así lo esperamos,
tras haber reconstruído el esquema, las enigmáticas
afirmaciones de Wittgenstein, así como el significado
característico que él le otorga a términos cotidianos
y aparentemente aproblemáticos como mundo
o realidad, no presentarán problemas.
Hemos dicho que las afirmaciones
del Tractatus son enigmáticas y ello se debe a que
la obra consiste en párrafos cortos o sentencias breves
numeradas esquemáticamente de tal forma que a partir
de 7 afirmaciones fundamentales (numeradas de 1 a
7), el resto no son sino comentarios sobre las mismas,
de tal forma que la afirmación 1.1. ó 1.2. comentan
la afirmación número 1, mientras que los comentarios
numerados 1.11. ó 1.12., pongamos por caso, se refieren
a la afirmación 1.1.
De esta forma Wittgenstein
pretendía mostrar las relaciones entre las afirmaciones
y su relativa importancia. Tal ordenación, sin embargo,
no resulta especialmente clarificadora, si bien es
muy práctica para remitir con exactitud a un párrafo
o a una afirmación concreta como si de versículos
bíblicos se tratase.
Las siete afirmaciones principales
del Tractatus son:
1. El mundo es todo lo que acontece.
2. Lo que acontece, el hecho, es la existencia de estados
de cosas.
3. La representación lógica de los hechos es el pensamiento.
4. El pensamiento es la proposición con sentido.
5. La proposición es una función veritativa de proposiciones
elementales (la
proposición elemental es una función veritativa de
sí misma)
6. La forma general de la función veritativa es [p, x, N, (x)]. Esta es la forma general de la proposición.
7. Sobre lo que no se puede hablar, se debe guardar silencio.
Ya hemos afirmado al comienzo
que una de las tesis fundamentales de Wittgenstein
es la relación de simetría y de exacta correspondencia
(que analizaremos más adelante con mayor detenimiento)
entre el lenguaje y la realidad. Lenguaje y realidad,
efectivamente, son dos de los conceptos fundamentales
en torno a los cuales gira el Tractatus. El tercero,
no menos importante (antes al contrario, pues es la
base de todo) es la lógica. La lógica determina la
estructura del lenguaje y, puesto que lenguaje y realidad
comparten la misma estructura, la lógica determina
asimismo la realidad. Lógica y metafísica se conectan
a través del lenguaje. No obstante, en el Tractatus
(si repasamos de nuevo las siete afirmaciones) Wittgenstein
se ocupa primero de cómo es la realidad, analiza después
el lenguaje y las proposiciones y finalmente se ocupa
de la lógica. Se trata de un orden inverso al que
cabría esperar atendiendo a la lógica como base del
sistema.
Nosotros, en cualquier caso,
constatamos en nuestro esquema como fundamentales
estos tres elementos y los situamos como eje a partir
del cual vertebrar las consideraciones posteriores:
En primer lugar, pues, debemos
preguntarnos qué es lo que entiende Wittgenstein por
Lenguaje, Realidad y Lógica (orden en el que vamos
a explicar cada concepto por considerar que de esta
forma resultará más sencillo reconstruir el esquema
global).
El lenguaje, ya se dijo al
principio, representa la realidad. Esta representación
se lleva a cabo mediante proposiciones. Parece claro
que podemos dividir todas las proposiciones en verdaderas
o falsas. También quedó mencionado que el lenguaje
está estructurado de la misma forma que la realidad.
Puesto que ésta, según el atomismo lógico, puede descomponerse
hasta llegar a los constitutivos simples o indivisibles,
las proposciones se componen a su vez de proposiciones
simples o atómicas. Estos elementos últimos de las
proposiciones son los nombres:
Vista la estructura del lenguaje
pasemos a considerar su correlato en la realidad.
Pero antes es preciso importar algo muy importante
acerca de la manera en la que Wittgenstein entiende
lo que es un lenguaje. El sentido de una
proposición es la correlación entre la
estructura de la proposición y la estructura de lo
representado en la realidad. Habitualmente nos valemos
de palabras para establecer esa relación, pero éstas
no son necesarias. Yo podría valerme de cualquier
otra cosa (como sillas o mesas) para representar la
realidad. Lo importante es que sea lo que sea lo que
utilice para hablar (es más exacto decir
representar) de la realidad, debe haber
una correlación entre la representación y lo representado.
Eso es lo que Wittgenstein denomina una relación isomórfica,
que en definitiva no es sino una relación entre relaciones.
Para poner un ejemplo que pueda facilitar la comprensión
de este concepto pensemos en una sinfonía, una grabación
de la misma en disco y su partitura correspondiente.
Aunque cada una de ellas está constituida por elementos
distintos (sonidos, surcos en el disco o bits, e imágenes
en un papel pautado) la estructura y las relaciones
entre cada una de ellas es la misma y eso es lo que
permite que se pueda pasar de la partitura a la sinfonía,
o de esta al disco, o viceversa. Decimos que la sinfonía,
la partitura y la grabación son isomórficas entre
sí. El lenguaje, esto es, la representación, y la
realidad, lo representado, son insomórficas en el
mismo sentido.
Habiendo visto la estructura
del lenguaje ¿qué elementos encontramos en la realidad?
La realidad se compone de lo que Wittgenstein denomina
estados de cosas. Cada uno de estos estados
de cosas es una combinación, relación o estructura
de cosas u objetos. De todos los estados de cosas
que podemos imaginar, algunos se dan efectivamente
mientras que otros no. Al conjunto de todos aquellos
que se dan de hecho Wittgenstein les llama mundo,
mientras que el resto de estados de cosas, que también
pertenecen a lo que Wittgenstein entiende por realidad,
son simplemente estados de cosas inexistentes. Vemos,
por lo tanto, que las palabras mundo y
realidad tienen en el Tractatus un significado
distinto al del lenguaje común que conviene distinguir.
Si nos fijamos a la vez en
la realidad y en el lenguaje veremos que las proposciones
verdaderas se corresponden con el mundo. Las proposciones
verdaderas son aquellas que describen los estados
de cosas existentes:
Las proposiciones falsas, por
otro lado, se corresponden con los estados de cosas
inexistentes. Esta última afirmación puede resultar
un tanto extraña, ¿qué quiere decir que una proposición
se corresponde con algo si ese algo no existe? La
respuesta es que lo representado por una proposición
falsa es un estado de cosas posible. Recordemos que
habíamos afirmado que el sentido de una proposición
es la correlación entre la estructura de la proposición
y la estructura de lo representado. En el caso de
las proposiciones falsas, entender la proposición
significa que en caso de que fuese verdadera, los
hechos serían tal y como la representación dice. De
nuevo un ejemplo puede aclarar la teoría: si yo hablo
acerca de caballos alados no estoy representando el
mundo, no me estoy refiriendo a ningún estado de cosas
existente, pero no por ello dejo de entender el significado
de lo que digo (así como lo entienden aquellos que
me escuchan). Las proposiciones falsas se refieren,
pues, a estados de cosas posibles pero no existentes.
Naturalmente todos los estados de cosas que conforman
el conjunto de la realidad (pertenezcan al mundo o
no) son estados de cosas posibles, pero tan sólo los
estados de cosas que conforman el mundo son a la vez
posibles y efectivamente existentes.
Tras descomponer la realidad
en hechos complejos y hechos simples Wittgenstein
llega finalmente a los objetos o cosas que son los
elementos simples de los que se componen los estados
de cosas y que se corresponden con los nombres, los
elementos simples de los que se componen las proposiciones.
(La proposición 3.203, que figura en el esquema vinculando
objetos y nombres afirma la relación de forma clara:
El nombre significa el objeto, y éste es su
significado).
Habiendo visto ya con cierto
detalle el lenguaje y la realidad pasamos a examinar
lo que Wittgenstein entiende por lógica. La lógica,
que es anterior a la experiencia, es la base tanto
del lenguaje como de la realidad porque es la que
determina el ámbito de lo posible, y con ello de lo
respresentable. Todo estado de cosas posible es lógico.
Fuera de la lógica nada se puede decir ni pensar (al
menos con sentido). Ahora bien, siendo la lógica el
ámbito de los estados de cosas posibles, no determina
que un estado de cosas concreto sea existente o no
(y, en consecuencia, tampoco determina que una proposición
sea verdadera o no, eso sólo se puede comprobar comparando
la representación con el mundo para ver si hay adecuación
o no.
De nuevo recurramos a una analogía
para explicar estos conceptos. Supongamos que introduzco
en una caja todos los números naturales. Con ello
estoy estableciendo unas determinadas posibilidades
que pueden darse, o no, cuando alguien intente sacar
un número concreto. La lógica, en este modelo, asegura
que, cualquier número que se extraiga será o bien
par, o bien impar, pero no dice cuál de las dos posibilidades
se dará efectivamente. La lógica, o su equivalente
en esta situación, nos asegura que no se puede extraer
un número negativo, o uno irracional.
Otro concepto relacionado con
la lógica es el de forma lógica. Veamos
en qué consiste: una representación de la realidad,
como podría ser un retrato, guarda una relación con
lo representado (una misma estructura). Ahora bien,
no es necesario que la representación sea absolutamente
idéntica a lo representado para que sea tal representación
(el retrato, por ejemplo, sigue remitiéndonos al retratado
aunque se trate de una imagen de dos dimensiones y
la persona retratada tenga tres). Para que una representación
sea tal debe tener, afirma Wittgenstein, una forma
mínima que es lo que denomina forma lógica.
Suponiendo que en la caja de
la analogía anterior he introducido en tarjetas todas
las afirmaciones sobre la realidad y yo extraigo una
tarjeta en la que se lee El Tractatus se publicó
en 1921, tengo en mis manos una proposición
que representa un determinado estado de cosas (en
este caso verdadero y por lo tanto perteneciente al
mundo). Ahora bien, si la tarjeta hubiese estado escrita
un idioma distinto, en código morse o braile, tendría
una representación diferente pero que, por compartir
la misma forma lógica, me permite la posibilidad de
reconocer en ese otro lenguaje que se está refiriendo
al mismo estado de cosas. La forma lógica es la que
permite en realidad hacer representaciones. No hay
representación sin forma lógica.
Antes de dar por concluido
el análisis del ámbito del lenguaje, la realidad y
la lógica, esto es, el ámbito del sentido, conviene
distinguir entre lo que Wittgenstein denomina decir
y mostrar. En la medida en que las proposiciones
(verdaderas o falsas) describen un estado de cosas
(existente o meramente posible) nos dicen
algo acerca de la realidad, pero a la vez nos muestran
otras cosas, como por ejemplo la forma lógica de la
que ya hemos hablado. Qué sea exactamente este mostrar
no queda del todo claro, pero la distinción es muy
importante y nos permitirá llegar hasta las consecuencias
más insospechadas de la teoría del Tractatus. Lo que
se muestra son todas aquellas cosas de
las que no se puede decir nada (al menos,
repitámoslo, con sentido). Todo aquello que está más
allá del límite del sentido, y por lo tanto, del decir,
es mostrado por la proposición. Más allá
del límite se encuentra, además de la forma lógica,
el sujeto, los valores y, en definitiva, todo aquello
que es condición de posibilidad del lenguaje.
Con esto entramos, en definitiva,
en el ámbito del sinsentido, es decir, de aquellas
proposiciones que, por no decir nada sobre la realidad,
son pseudoproposiciones. En nuestro esquema hemos
distinguido que pueden ser de tres tipos: en primer
lugar las pseudoproposiciones lógicas, entre las cuales
encontramos las tautologías y las contradicciones.
Una tautología es una proposición que es siempre verdadera
independientemente de la verdad o falsedad de sus
componentes (por ejemplo, A = A, sea lo que sea A),
mientras que una contradicción, por el contrario,
es una proposición que resulta siempre falsa independientemente
de la verdad o falsedad de sus componentes (por ejemplo
A = Ø A, esto es A
= no A). Estos dos tipos de proposiciones no dicen
nada sobre la realidad. La tautología es compatible
con cualquier estado de cosas de la realidad, mientras
que la contradicción no es compatible con ninguno.
En cualquiera de los dos casos se trata de proposiciones
que, al contrario de lo que sucede con las proposiciones
del lenguaje, carecen de condiciones de verdad (esto
es, no nos permiten saber en qué condiciones podríamos
decir de ellas que son verdaderas o falsas), no cumplen,
por lo tanto, con el principio de isomorfía. Las tautologías
y las contradicciones carecen de sentido. Tan sólo
nos muestran que la única necesidad que se puede dar
es la necesidad lógica de las tautologías, y la única
imposibilidad, la imposibilidad lógica. Todas las
restantes afirmaciones del lenguaje son meramente
posibles, su verdad o falsedad sólo se podrá comprobar
contrastándolas con la realidad. No hay manera de
saber cómo es el mundo por medio del uso exclusivo
del pensamiento, de una forma a priori. Quedan excluidos,
pues, las proposiciones metafísicas y científicas
si por ellas se entiende afirmaciones y leyes necesariamente
verdaderas. Las afirmaciones de la ciencia son todas
hipótesis por comprobar.
Un segundo tipo de pseudoproposiciones
son las frases mal construidas. Este tipo de afirmaciones
(cualquiera que infrinja las normas de la sintaxis
hasta el punto de ser ininteligible, como entre
no boligrafo por infinito o ininteligible
de hasta punto ser el) no nos permiten referirnos
a la realidad y son sinsentidos. Tampoco nos muestran
nada, son simplemente absurdos.
Finalmente, y aquí encontramos
una de las consecuencias más sorprendentes del Tractatus,
las proposiciones filosóficas también resultan ser
pseudoproposiciones sin sentido, puesto que, como
se afirma en el párrafo 4.11. La totalidad de
las proposiciones verdaderas es la totalidad de las
ciencias de la naturaleza (entendiendo el término
ciencia de la naturaleza de una manera
muy amplia de tal forma que incluya todo lo que acontece
en el mundo, aunque eso conlleve afirmaciones sobre
sucesos cotidianos que consideramos triviales). Las
ciencias de la naturaleza, de esta forma, se diferencian
de las afirmaciones logicas que ya hemos considerado
así como de las matemáticas, que Wittgenstein ve como
un mero método lógico, y de la filosofía, pues esta
está por debajo o por encima de la ciencia. Las cuestiones
filosóficas son en realidad sinsentidos, no se pueden
responder (en realidad no hay problemas filosóficos).
La única labor legítima que le queda a la filosofía
es aclarar la confusión previa, mostrar
qué es lo que puede decirse y lo que no. Las afirmaciones
sobre el yo filosófico, por ejemplo, o
sobre los valores éticos, o sobre el sentido de la
vida, son todas ellas afirmaciones sobre cosas que
no están en el mundo, aunque tampoco fuera de él,
sino que están en el límite y son las condiciones
de posibilidad de la realidad, elementos sin los cuales
ésta no podría concebirse.
Al igual que sucedía con la
lógica, las afirmaciones de la filosofía son necesarias
para que la realidad exista, pero no son parte de
ella y, de esa forma, son sinsentidos. Es posible
que ahora entendamos más claramente la afirmación
que Wittgenstein hacía en el prefacio al Tractatus: