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CUADERNOS DE FILOSOFÍA

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6. APÉNDICE 1: TEXTO DE PAUL FEYERABEND EN TORNO A LAS DISTINTAS INTERPRETACIONES DE LOS PRESOCRÁTICOS.

 

En este apartado incluimos un texto de Paul Feyerabend, filósofo de la ciencia que escribió fundamentalmente durante la segunda mitad del siglo XX, famoso especialmente por sus escritos polémicos con respecto al pensamiento del momento en torno al funcionamiento de la ciencia y las relaciones de ésta con la sociedad, la historia y cualquier otro aspecto. En esta ocasión Feyerabend muestra como un mismo texto de un filósofo presocrático, Jenófanes, es interpretado de muy diversa forma. Feyerabend expone en los últimos párrafos su propio punto de vista sobre la cuestión:

LOS DIOSES (4º apartado, dentro del segundo punto de la Introducción, relativo a Jenófanes, en la obra de Paul Feyerabend, "La conquista de la abundancia. La abstracción frente a la riqueza del ser" Ediciones Paidós Ibérica, S.A. Barcelona, 2001. pgs: 75-79).

"La teología de Jenófanes consiste en una parte negativa que prolonga su crítica de los pre¡uicios del pasado y en afirmaciones positivas relativas a al naturaleza de las cosas divinas. Algunos autores presuponen que hizo estas afirmaciones de un modo especial, con ayuda de un instrumento, que después se llaman prueba o de la buena voluntad de os de la audiencia.

La crítica de Jenófanes de las ideas tradicionales, aparece en los siguientes fragmentos:

"Homero y Hesíodo han atribuido a los dioses todo
cuanto es vergüenza e injuria entre los hombres,
y narrado muy a menudo acciones injustas de los dioses,
robar, cometer adulterio y engañarse unos a otros.
Pero los mortales creen que los dioses han nacido
Y que tienen vestidos, voz y figura como ellos.
Pero si los bueyes, caballos y leones tuvieran mano
O pudieran dibujar con ella y realizar obras como los hombres,
Dibujarían los aspectos de los dioses y harían sus propios cuerpos,
Los caballos son semejantes a los caballos, los bueyes a bueyes,
Tal como si estuvieran la figura correspondiente a cada uno.
Los etíopes dicen que sus dioses son de nariz chata
Y negros; los tracios que tienen ojos azules y pelo rojizo.

He aquí lo que los escritores modernos dicen sobre estos versos. Guthrie habla de un "criticismo destructivo". Mircea Eliade, quien por otro lado es un señor inteligente, elogia el "criticismo agudo de Jenófanes". Popper interpreta los fragmentos como "el descubrimiento de que las historias griegas sobre los dioses no han de tomarse en serio porque representan a los dioses como seres humanos", mientras que Fritz lee en los versos y en las ideas positivas de Jenófanes una expresión de una "idea más pura y elevada de Dios."

Cierto es que los comentarios de Jenófanes suenan de manera excelente cuando quien los lee es un intelectual moderno progresista. Pero éste no era el objetivo de los mismos. Jneófanes hablaba a sus contemporáneos y no a Sir Kart. ¿Cómo reaccionaron sus contemporáneos y qué pudieron haber alegado a su vez los defensores de la tradición?

No resulta fácil responder a esta pregunta. La religión popular mantuvo su influencia durante un tiempo considerable. La divinidad abstracta de Jenófanes habría proporcionado muy poco consuelo a aquellos que esperaba respuestas específicas de rituales concretos. Además, la religión popular estaba mucho más dividida que en la versión homérica. Pueblos diferentes adoraban a divinidades distintas, e incluso a versiones distintas de Zeus que cuidaban de sus modos de vida diferentes. Nuevos dioses se sumaron de buena gana al panteón existente sin que se produjera ningún intento de síntesis o de eliminar lo que contemporáneos más intolerantes podían considerar como contradicciones. Así, un ferviente defensor del pluralismo religioso hubiera podido replicar con facilidad que, siendo entidades tribales, los dioses, como los reyes, se parecían en verdad a sus súbditos. "Estás en lo cierto Jenófanes", pudo haber dicho, "nuestros dioses se nos parecen y con frecuencia actúan como nosotros. Después de todo son nuestros dioses. Pero ¿qué te ha hecho pensar que eso es algo criticable?"

Por otra parte, tenemos la presunción, también presente en ciertos momentos de religión popular, de que los dioses locales son de alguna manera superiores al resto. La tendencia general hacia la abstracción reforzó este elemento a la par que debilitaba las diferencias más específicas. Gilbert Murria atribuye este proceso a las guerras y los viajes. Al echar en falta a los dioses que habían dejado atrás los griegos descubrieron dioses similares en todas partes y los "reconocieron", es decir, acentuaron las similitudes sobre las diferencias. Esto amplió el alcance (= poder) de los dioses pero disminuyo su humanidad: "fusionándose o rebautizados (los dioses se volvieron) menos vívidos y definidos." Poco a poco las nociones generales se impusieron a las imágenes más específicas de períodos anteriores.

Esto se deduce claramente de las ideas positivas de Jenófanes sobre Dios, o de su "teología":

"Un único dios, el supremo entre dioses y hombres,
ni en figura ni en pensamiento semejante a los mortales.
Permanece siempre en el mismo lugar, sin moverse,
Ni le conviene emigrar de un lado a otro
Todo él ve, todo él piensa, todo él escucha.
Pero sin trabajo, con la sola fuerza de la mente hace vibrar todas las cosas

Resulta interesante rastrear el efecto que esta doctrina tuvo en la Antigüedad. Poseemos citas de frases clave en Esquilo y un comentario de Timón de Fliunte, un discípulo de Pirro el escéptico. Timón escribe:

Jenófanes, modesto a medias y censor del engaño homérico, hizo al Dios, no antropomórfico, igual por todas partes,

Inmutable, íntegro y más inteligente que la inteligencia.

"Muy distinto de los humanos" llama Timón al dios de Jenofanes -y él ¿ella? ¿ello? Es realmente inhumano no en el sentido que había establecido el antropomorfismo, sino en el sentido totalmente de que ciertas propiedades humanas como el pensamiento, la visión, el oido o la previsión se han incrementado de forma monstruosa mientras que otras, compensatorias, como la tolerancia, la simpatía o el dolor han sido eliminadas". "permanece siempre en el mismo lugar, sin moverse" -como un rey o un alto dignatario bien asentado para el cual no le conviene emigrar de un lado a otro"-. Estamos en presencia no sólo de un ser que trasciende a la humanidad (¿y debe ser por lo tanto admirado?) sino de un monstruo mucho más terrible de lo que nunca soñaron ser los algo inmorales dioses homéricos. A éstos todavía se les podía comprender, hablar, tratar de influir en ellos, engañarlos alguna que otra vez, impedir acciones no deseadas de parte suya mediante ruegos, ofrendas, argumentos. Existían relaciones personales entre los dioses homéricos y el mundo que gobernaban (y que con frecuencia perturbaban). El Dios de Jenófanes que aún no tiene rasgos humanos , pero aumentados de manera grotesca, no permite ese tipo de relaciones. Inmóvil, ejercía sus efectos. El olimpismo en su forma más filosófica y, por ende, moralizada, tendía a convertirse en una religión de temor, una tendencia que se refleja en el vocabulario religioso. En la Ilíada no hay una palabra que designe el "temor a Dios".

Resulta extraño y de alguna manera sobrecogedor ver con qué entusiasmo muchos intelectuales, entonces y ahora, han aceptado a éste y otros monstruos, considerándolos como los primeros pasos hacia una interpretación "más sublime" del ser. No obstante, no hay que culparlos de ello. La idea estaba "en el aire". Sólo un compromiso muy fuerte y articulado emocionalmente con los modos tradicionales de vida pudo haberla evitado. La gente común, en las áreas rurales particularmente, tenía un compromiso de esta clase. Los intelectuales, gente urbana que despreciaba lasa costumbres convencionales, y cuya relación con el estrato inferior de la humanidad no fue nunca íntima, carecían de ese compromiso. Les faltaba la capacidad para preservar la abundancia que le había sido confiada a ellos y a sus contemporáneos.

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© José Sánchez-Cerezo de la Fuente 2004


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