Presentación
Biografía de Russell
Obras de Russell
Escritos sobre R.
Otros escritos
Russell en internet
Galería de imágenes

 

 

 

 

ALDOUS HUXLEY

LA IMPORTANCIA DEL ESTILO

Hay tres clases de censura: política, económica y estilística. La censura política es una prohibición de comunicar ideas no ortodoxas, y la ponen en vigor los policías (en nombre, es necesario decirlo, de la Verdad, la Justicia y la Moralidad). La censura económica es una resistencia a comunicar ideas impopulares, que surge en la mente de escritores, editores, directores, productores de obras dramáticas o películas, por culpa de los costes de comunicación exorbitantemente altos y siempre en aumento. La censura estilística es la incapacidad para comunicar algo adecuadamente, y se debe al mal uso que hace el comunicante de su lengua nativa.

Contra la censura económica no hay mucho que pueda hacer un solo individuo. Que ningún periódico serio pueda ahora imprimir y circular sin la asistencia de un “ángel”, que un editor no pueda salir adelante ni con una venta de seis o siete mil ejemplares, que para poner una obra en escena se necesita actualmente una inversión masiva de capital, son hechos éstos que el filósofo sólo puede deplorar, no esperar que pueda cambiarlos. Pero, respecto a la censura política y estilística, el caso es diferente. Si ha tenido la suerte de haber nacido en una sociedad democrática, es libre de discutir las posibilidades de una mayor libertad todavía. Y, hasta bajo una dictadura totalitaria, conserva una cierta medida de libertad estilística y puede decir lo que se le permita decir, con precisión y claridad.

En teoría y luminosa práctica, Bertrand Russell ha luchado incansablemente contra la censura política y la estilística. “Mi objetivo debería ser”, dice en su Essay on Education in Early Childhood , “enseñar a pensar, no enseñar la ortodoxia, o tan siquiera la heterodoxia. Y no debería sacrificar nunca en absoluto el entendimiento a los pretendidos intereses de la moral”. Y aquí está lo que tiene que decir sobre una de aquellas ortodoxias que imponen los censores y que todo filósofo honesto debe negarse a enseñar: la ortodoxia comunista del siglo XX. “Respecto a cualquier doctrina política, deben preguntarse dos cosas: 1) ¿Son sus principios teóricos verdaderos? 2) ¿Es su política práctica adecuada para aumentar la felicidad humana? Por mi parte, creo que los principios teóricos del comunismo son falsos, y creo que sus máximas prácticas son como para producir un aumento inconmensurable de la miseria humana”.

Esto aclarado, las simples frases son doblemente liberadoras. Afirman las condiciones para un pensamiento humano y realista contra la censura política y, al mismo tiempo, son la negación de la censura estilística.

Racionalidad y honestidad tienen muchos enemigos, y entre estos enemigos deben ser contados, ¡ay!, todos aquellos supuestos amigos cuya ineptitud estudiada les impone una censura estilística sobre la comunicación de sus ideas frecuentemente excelentes. Para aquellos que se preocupan por el arte de la literatura, y hasta para aquellos que simplemente desean ser instruidos, hay pocas experiencias más deprimentes que la lectura atenta de una revista erudita. Científicos de la naturaleza, científicos sociales, psicólogos, y hasta filósofos ¡cuán raramente encontramos entre sus filas un escritor competente! La mayoría de ellos censuran su propia producción a través de un estilo tan abominable que apenas puede leerse. Su gramática es mala, su sintaxis aún peor que su gramática. A un vocabulario miserablemente pobre, añaden, junto a los vocablos técnicos indispensables de los que cada especialista siente necesidad, una pesada infusión de jerga y neologismos enteramente superfluos. Jerga y neologismos oscurecen el sentido de lo que se dice; pero, para los especialistas que gustan de ellos, esto no importa. Lo que importa, por lo que a ellos toca, es que jerga y neologismos constituyen un lenguaje privado, esotérico, que los aparta del vulgar rebaño de aquellos que meramente hablan inglés. Mejor todavía, jerga y neologismos, puede que fomenten, en la mente aturdida del lector, la ilusión de que se está expresando algún pensamiento de excepcional profundidad e importancia.

Hace ochenta años, se lamentaba mi abuelo del hecho de que a los estudiantes de literatura se les hacía pasar menos tiempo con los grandes maestros estilistas del siglo XVIII, que con autores anteriores cuyo único mérito era el meramente histórico de haber escrito en inglés medieval. Más familiarizados con Hoccleve que con Swift, Hume o Berkeley, estos estudiantes de inglés medieval sólo eran capaces de escribir un mediano inglés. Hoy en día, el mediano inglés de los escritores cultos del siglo pasado se ha convertido en el inglés abismal de los libros de texto y de los periódicos especializados. El declive no puede ser atribuido aun exceso de estudios medievales. Los neologistas y traficantes de jergas no se han embriagado por demasiados estudios en un campo sin importancia; están simplemente siguiendo una mala moda, simplemente imitando y desarrollando odiosamente lo hecho por anteriores neologistas y traficantes de jergas. Existen casos distintos, naturalmente; pero el deseo de parecer más profundos de lo que realmente son, el afán de ser considerados como los poseedores de un conocimiento esotérico, inaccesible al resto de nosotros, y sólo expresable en un lenguaje privado conocido de los pocos iniciados, supera cualquier deseo de pureza literaria o, tan sólo, de simple comprensibilidad. Ellos continúan poniéndose a sí mismos como modelos, no a Swift o Hume, o a este gran continuador y ampliador de la tradición del siglo XVIII, de comunicación clara y precisa, Bertrand Russell, sino al profesor X, con su monumental Introducción a la Sociología Social, o al Dr. Y, con su última contribución en la Revista de Algo-O-Nada.

Después de una dieta forzosa con la Introducción a la Economía Clínica, la última contribución del Dr. Y a la Revista de Metafísica Animal, después de una dieta forzosa con un libro de texto sobre temas sociológicos o psicológicos, ¡qué bendito descanso es leer lo que Bertrand Russell tiene que decir sobre política, psicología, conducta de la vida, o el “Discurso de Aceptación del Premio Nobel”! Ni hay jerga, ni un solo neologismo. Nada fuera de inglés llano. No hay ningún esconderse tras oscuridades, ninguna pretensión de que el asunto sólo es inteligible a los especialistas y sólo se puede hablar de él en un lenguaje privado. Todo es perfectamente claro y sincero. De los estudiantes alemanes, Bentley solía decir que buceaban más profundamente y salían más enfangados que los demás. Bertrand Russell bucea profundamente, pero siempre sale limpio como un cristal. Por ejemplo, aquí está un pasaje de su “Discurso de Aceptación del Premio Nobel”:

“Si los hombres estuvieran impulsados por su propio interés, lo que no es así, excepto en el caso de unos pocos santos, la totalidad de la raza humana cooperaría. No habría más guerras, no más ejércitos, no más escuadras, no más bombas atómicas. No habría ejércitos de propagandistas empleados en envenenar las mentes de la Nación A contra la Nación B, y recíprocamente de la Nación B contra la Nación A. No habría ejércitos de inspectores en las fronteras para impedir la entrada de libros extranjeros y de ideas extranjeras, aunque sean excelentes en sí mismos... Todo esto ocurriría muy rápidamente si los hombres desearan su propia felicidad tan ardientemente como desean la miseria de sus vecinos. Pero, me preguntaréis, ¿qué utilidad tienen todos estos sueños utópicos? Los moralistas ya se ocupan de que no nos volvamos totalmente egoístas, y hasta que no lo seamos, el milenio será imposible.

“No quisiera terminar con una nota de cinismo. No niego que hay cosas mejores que el egoísmo y que algunos llevan a cabo estas cosas. Sin embargo, sostengo, por una parte, que hay pocas ocasiones para que grandes conjuntos de hombres, tales como los que están relacionados con la política, puedan elevarse por encima del egoísmo, si se entiende el egoísmo como inteligente interés en sí mismo. Y entre las ocasiones en que la gente cae por debajo del propio interés, la mayoría son aquellas en que está convencido de que está actuando por motivos idealistas. Mucho de lo que pasa por idealismo es odio o amor al poder enmascarado.”

Sería fácil, terriblemente fácil, expresar estas ideas con palabras y frases enteras prestadas de Freud y Pavlov, de Skinner, Sorokin, los cibernéticos, y transformadas, con unos cuantos neologismos, en un pasaje de notable jerga erudita, una oscura mezcolanza, repelente y casi incomprensible. Pero, en este caso, el hombre que hizo el análisis y tuvo las ideas, no se vio nunca en la tentación de ser su propio censor estilístico. El filósofo es también un escritor, el psicólogo humanista y científico social sabe inglés. ¡Qué dicha para nosotros!

 

ALDOUS HUXLEY, escritor, Miembro de la Real Sociedad de Literatura.

Nació el 26 de julio de 1894 y murió el 22 de noviembre de 1963. Estudió en Eton y en Balliol College, Oxford; sus publicaciones comprenden Chrome Yellow, Antic Hay, Those Barren Leaves, Point Counter Point, Brave New World, Beyond the Mexique Bay, Eyeless in Gaza, After Many a Summer, The Perennial Philosophy, Science, Liberty and Peace, Ape and Essence, The Doors of Perception, The Genius and the Goddes, Brave New World Revisited, Island y Literature and Science .



Volver