Glenn Gould fue
un pianista excepcional dotado de un carácter
excéntrico y singular. Sus opiniones sobre el
mundo de la música, que son cualquier cosa menos
ortodoxas, le llevaron a abandonar los conciertos en
público en 1964, tras nueve años de estrellato
fulgurante en las salas de conciertos, para pasar a
realizar únicamente grabaciones en el estudio.
Nacido en Toronto
en 1932, Gould saltó al mundo del estrellato
musical en 1956, a partir de una original interpretación
de las variaciones "Goldberg" de Juan Sebastián
Bach. Inició seguidamente una gira de conciertos
por Europa y Estados Unidos y pronto fue conocido por
su carácter, sus excentricidades personales,
como comunicarse con sus amigos exclusivamente por teléfono
(durante horas y horas) o su perfeccionismo, rasgos
que le hacen pensar a uno en otro excéntrico
genial, Stanley Kubrick, o tocar con chaqueta, aunque
fuese verano, e incluso con mitones en algunos casos
por miedo a coger frio o usar una silla plegable muy
baja que él mismo llevaba a los conciertos o
bien la costumbre de cantar o tararear mientras tocaba
(como se puede comprobar con prácticamente cualquiera
de sus grabaciones), así como por la costumbre
de cancelar los conciertos en el último momento.
Cuando tomó
la decisión de abandonar los conciertos en público
tenía 32 años y se encontraba en la cumbre
de su carrera, llenando las salas allí por donde
pasaba. Su polémica decisión fue vista
por muchos como arrogante e insultante hacia el público,
gran parte del cual, así como de la crítica,
se sintió irritada y ofendida.
Las justificaciones
para este corte tan radical por parte de Glenn Gould
fueron varias y variadas entre sí, pero no nos
pararemos a considerarlas todas en esta breve introducción.
Lo que sí podemos decir es que desde ese momento
Gould puso en la tecnología toda su confiana
para lograr una obra más perfecta (y el tiempo
no parece haber desmentido al menos ese aspecto de su
concepción de la música y de la creación
artística). En palabras del pianista: "La
tecnología tiene la posibilidad de crear una
atmósfera de anonimato y dar al artista el tiempo
y la libertad que necesita para preparar su idea de
una obra con el máximo de su potenciación.".
En la película-documental de Bruno Monsaingeon
sobre Glenn Gould se puede ver perfectamente cómo
eran las sesiones de grabación y edición
en el estudio y cómo el resultado final del disco
podía consistir en las tomas seleccionadas a
partir de un elevado número de interpretaciones,
en busca del sonido, tempo y resultado ideal.
La concepción
de la música de Glenn Gould es esencialmente
contrapuntística. El contrapunto es un estilo
musical en el que diversas líneas melódicas
se desarrollan en la obra superponiéndose entre
sí. Por decirlo de algún modo, se asemejaría
a una conversación en la que varias personas
hablan a la vez pero de tal forma que, aunque dicen
cosas distintas, el conjunto guarda una determinada
estructura interna y las voces mantienen ciertas relaciones
entre sí de tal manera que el resultado no es
una cacofonía, sino un aparente desorden que
guarda en su interior una orden más profundo.
El ejemplo más notable de este tipo de música
es la fuga, de la cual Bach fue un maestro indiscutible
a tal punto que es imposible mencionar la primera sin
que en la mente del melómano aparezca el segundo.
Gould interpretó las obras para teclado de Bach
numerosas veces, e igualmente se asocia con la fuga
y con Bach de tal forma que resulta el ejemplo más
claro de vínculo indisoluble entre intérprete,
obra y compositor.
Esta consideración
de la música en términos contrapuntísticos
lleva a Glenn Gould, aunque esto es ciertamente una
exageración, a tener en poco estima toda aquella
música que no responde a este esquema. Así,
dentro de la propia obra de Bach, los 24 preludios y
fugas que tan a menudo interpreto, Gould consideraba
que los preludios no eran más que introducciones
de poco valor, siendo las fugas lo verdaderamente interesante
musicalmente hablando. Un ejemplo más extremo
de sus opiniones sobre la música en relación
a su valoración del estilo contrapuntístico
fueron sus opiniones sobre Mozart, del cual afirmó
que era "un compositor demasiado malo que murió
demasiado tarde" (personalmente, no me extraña
que sacase de quicio a los críticos musicales
de quicio).
Cuando Gould murió,
en 1982, con sólo 50 años, había
grabado alrededor de 80 discos, entre ellos destacamos
aquí varias ediciones de las variaciones "Goldberg",
ya mencionadas, así como los 24 preludios y fugas
de Bach, los conciertos de éste mismo compositor
y de Beethoven, obras para piano de Schöenberg,
Scarlatti, Gibbons, Berg y también obras compuestas
por el propio Gould, entre las que destacamos un cuarteto
de cuerda, op. 1 y una fuga (¡cómo no!)
titulada, precisamente "So you want to write a
fugue?" ("¿Así que quieres escribir
una fuga?"), una curiosa y divertida fuga hecha
para ser cantada por cuatro personas (tenor, bajo, soprano
y mezzo-soprano) y acompañada de un cuarteto
de cuerda en la que los cantantes explican la estructura
de la fuga y sus características (a la vez que
incluyen alguna alusión a Bach, el maestro del
género).
Junto con las
grabaciones también disponemos hoy día
de numerosos escritos de Gould sobre muchas facetas
del mundo de la música: comentarios sobre las
obras, sobre los compositores, directore, la industria
discográfica, etc. Polémicos, extravangantes,
disparatados incluso, pero todos ellos interesantes.
A continuación, y como muestra de sus opiniones
y de su sentido del humor figura un fragmento de un
texto que escribió en el que él mismo
se autoentrevista para hablar de sí mismo. Bueno,
puede sonar algo egocéntrico, pero no se dejen
engañar. En la vida de Glenn Gould la música
reina suprema.
ENTREVISTA A GLENN GOULD SOBRE
GLENN GOULD
de High Fidelity, febrero de 1974.
glenn
gould: Señor
Gould, tengo entendido que tiene una reputación
de..., bueno, disculpe la brusquedad, pero de hueso
duro de roer en lo tocante a las entrevistas.
GLENN GOULD: ¿De
verdad? Nunca lo he oído.
g.g.: Bueno, es el tipo
de rumor que los tipos de los medios de comunicación
recogemos de fuente en fuente, pero sólo quiero
asegurarle que estoy totalmente dispuesto a retirar
cualquier pregunta con la que no esté de acuerdo.
G.G.: Oh, no me cabe en
la cabeza que haya ningún problema de ese tipo
que pueda inmiscuirse en nuestra discusión.
g.g.: Bueno, entonces,
sólo para despejar el ambiente, permítame
preguntar sin rodeos: ¿Hay alguna zona prohibida?
G.G.: La verdad es que
no se me ocurre ninguna... aparte de la música,
por supuesto.
g.g.: Señor Gould,
no quiero faltar a mi palabra. Me doy cuenta de que
su participación en esta entrevista no se ha
confirmado nunca mediante contrato, pero fue sellada
con un apretón de manos.
G.G.: En sentido figurado,
desde luego.
g.g.: Desde luego. Y había
supuesto que dedicaríamos la mayor parte de esta
entrevista a cuestiones relacionadas con la música.
G.G.: ¿Cree usted
que es esencial? Quiero decir, mi filosofía personal
de la entrevista -y he hecho bastante en la radio, como
quizá sepa usted- es que las revelaciones más
instructivas proceden de áreas sólo indirectamente
relacionadas con la especialidad del entrevistado.
g.g.: ¿Por ejemplo?
G.G.: Bueno, por ejemplo,
en el curso de la preparación de documentales
para la radio, he entrevistado a un teólogo sobre
tecnología, a un inspector de aduanas sobre William
James, a un economista sobre pacifismo y a un ama de
casa sobre la codicia en el mercado del arte.
g.g.: Pero sin duda habrá
entrevistado también a músicos sobre música.
G.G.: Sí, lo he
hecho, en ocasiones, para ayudarles a sentirse cómodos
delante del micrófono. Pero ha sido mucho más
instructivo hablar con Pablo Casals, por ejemplo, sobre
el concepto de Zeitgeist, lo cual, por supuesto, no
queda del todo fuera del ámbito musical...
g.g.: Sí, sólo
iba a permitirme ese comentario.
G.G.: ... o con Leopold
Stokowski sobre la perspectiva de los viajes interplanetarios,
lo cual es -supongo que estará de acuerdo, y
no obstante Stanley Kubrick- una pequeña disgresión.
g.g.: Esto sí que
plantea un problema, señor Gould, pero permítame
que intente enmarcar la pregunta de una forma más
positiva. ¿Hay algún tema que le gustaría
especialmente tratar?
G.G.: No lo he pensado
mucho, la verdad... pero, justo por allí arriba,
¿qué tal la situación política
en Labrador?
g.g.: Estoy seguro de que
eso podría dar lugar a un estimulante diálogo,
señor Gould, pero la verdad es que creo que hemos
de tener en cuanta que High Fidelity se edita fundamentalmente
para un público estadounidense.
G.G.: Oh, en efecto. Bueno, en ese caso, quizá
los derechos de los aborígenes en Alaska occidental
puedan ser un buen tema para usted.
g.g.: Sí. Bueno,
no cabe duda de que no quiero evitar ningún área
de ese tipo que pueda dar pie a un buen titular, señor
Gould, pero dado que High Fidelity está orientada
hacia una clase de lectores letrados musicalmente, deberíamos,
creo, al menos, empezar nuestra conversación
con el área de las artes.
G.G.: Oh, claro. Quizá podríamos
examinar la cuestión de los derechos de los aborígenes
reflejados en estudios de campo etnomusicales en Point
Barrow.
g.g.: Debo confesar que
yo había pensado en una línea de ataque
bastante más convencional, por así decir,
señor Gould. Como estoy seguro que sabrá,
la pregunta, prácticamente obligada, respecto
de su carrera es la controversia concierto frente a
medios de comunicación, y la verdad es que creo
que debemos al menos tocar el tema aunque sea superficialmente.
G.G.: No tengo nada que objetar a responder a
unas cuantas preguntas en ese área. Por lo que
a mí respecta, implica fundamentalmente consideraciones
más morales que musicales en cualquier caso,
así que yo invito.
g.g.: Eso está muy
bien por su parte. Intentaré hacerlo breve, y
después, quizá, podamos ir más
lejos.
G.G.:¡Muy bien!
g.g.: Bueno, entonces se
le ha citado afirmando que su compromiso con la grabación
-con los medios de comunicación en general, de
hecho, representa un compromiso con el futuro.
G.G.: Eso es correcto. Lo he dicho incluso en
las págnias de esta ilustre revista, de hecho.
g.g.: En efecto, y también
ha dicho que, a la inversa, la sala de conciertos, el
escenario de recitales, los teatros de ópera,
o lo que sea, representan el pasado; un aspecto de su
propio pasado en particular, quizá, así
como, en términos más generales, del pasado
de la música.
G.G.: Eso es cierto, aunque debo admitir que
mi único contacto profesional con la ópera
en el pasado fue un amago de traqueitis que contraje
mientras tocaba en la vieja Festpielhaus de Salzsburgo.
Como ustad sabe, era un edificio sumamente lleno de
corrientes de aire, y yo...
g.g.: Quizá podamos
hablar de su estado de salud en otro momento, señor
Gould, pero se me ocurre -y espero que me perdonará
que lo diga- que hay algo implícitamente egoísta
en las declaraciones de ese tipo. Después de
todo, usted decidió abandonar todas las tribunas
públicas hace..., ¿cuánto?, ¿diez
años?
G.G.: Nueve años y once meses respecto
de la fecha de este número, en realidad.
g.g.: Y concederá
que la mayoría de la gente que opta por desviaciones
radicales de su carrera de cualquier especie se apoyan
en la idea de que, aunque sea de forma reacia, el futuro
está de su parte.
G.G.: Resulta alentador pensar así, desde
luego, pero debo objetar a su uso del término
"radical". No cabe duda de que di el paso
decisivo convencido de que, dada la situación
del arte, una inmersión total en los medios de
comunicación representaba una evolución
lógica, y sigo igual de convencido. Pero, con
toda franqueza, por mucho que le guste a uno formular
ecuaciones pasado-futuro, los principales argumentos
de esas convicciones, las motivaciones más fuertes
que subyacen tras esas "desviaciones", por
utilizar su término, tienen que ver, por lo general,
con una idea no más radical que un intento de
resolver el malestar y las molestias del presente.
g.g.: No estoy muy seguro
de haberle entendido, señor Gould.
G.G.: Bueno, por ejemplo,
permítame que le sugiera que la motivación
más poderosa para la invención de una
pastilla sería un dolor de garganta. Desde luego,
tras patentar la pastilla, uno sería libre de
especular que la invención representaba el futuro
y el dolor de garganta el pasado, pero dudo que se inclinara
a pensar en esos términos mientras estuviera
presente la irritación. Huelga decirlo, en el
caso de mi traqueitis en Salzsburgo, la medicación
de ese tipo fue...
g.g.: Perdone, señor
Gould, estoy seguro de que seremos informados de sus
desventuras en Salzsburgo en su debido momento, pero
debe proseguir con esta cuestión un poco más.
¿Debo entender que su retirada de las salas de
conciertos, su posterior compromiso con los medios de
comunicación, fue motivado por el equivalente
musical de..., de un dolor de garganta?
G.G.: ¿Lo encuentra inaceptable?
g.g.: Bueno, para ser sincero,
lo encuentro totalmente narcisista. Y a mi juicio, también
está reñido con la afirmación de
que las objeciones morales desempeñaron un papel
importante en su decisión.
G.G.: Yo no veo ninguna contradicción;
a menos que, desde luego, en su opinión, el malestar
per se sea una virtud positiva.
g.g.: Mis opiniones no
son el tema de esta entrevista, señor Gould,
no obstante lo cual contestaré a su pregunta.
El malestar per se no es la cuestión, sencillamente
creo que cualquier artista que merezca ese nombre debe
estar dispuesto a sacrificar el bien personal.
G.G.: ¿Con qué fin?
g.g.: En pro de preservar
las grandes tradiciones de la experiencia musical-teatral,
de mantener las responsabilidades tutelares y curativas
del artista en relación con su público.
G.G.: ¿No cree que una sensación
de malestar, de desasosiego, podría ser el más
sabio de los consejeros tanto para el artista como para
el público?
g.g.: No, sólo creo
que usted, señor Gould, nunca se ha permitido
saborear...
G.G.: ¿... la gratificación del
ego?
g.g.: ... el privilegio,
como iba diciendo, de comunicarse con un público...
G.G.: ¿... desde una base de poder?
g.g.: ... desde un marco
en el que se exponga el hecho desnudo de su humanidad,
sin correcciones ni adornos.
G.G.: ¿No se me podría permitir
al menos exhibir la falacia en esmoquin, quizá?
g.g.: Señor Gould,
no creo que debamos permitir que este diálogo
degenere en una guasa ociosa. Es evidente que nunca
ha saboreado los placeres de una realción uno
a uno con un oyente.
G.G.: Siempre he pensado que, empresarialmente
hablando, el ideal de la sala de conciertos era la relación
dos mil ochocientos a uno.
g.g.: No quiero jugar a
estadísticas con usted. He intentado plantear
la cuestión con total franqueza y...
G.G.: Bueno, entonces trataré de responder
del mismo modo. En mi opinión, si vamos a entrar
en el juego de los números, habré de decidirme
por una relación cero a uno entre público
y artista; y allí es donde interviene la objeción
moral.
g.g.: Me temo que no le
entiendo muy bien, señor Gould. ¿Le importaría
explicarlo otravez?
G.G.: Sencillamente creo que debe concederse
al artista, tanto por él como por su público
-y permítame hacer constar ahora mismo el hecho
de que no me gustan en absoluto palabras como "público"
y "artista", no me gustan las implicaciones
jerárquicas de ese tipo de terminología-,
que debería concedérsele al anonimato.
Debería permitírsele actuar en secreto,
digamos, sin preocuparse por -o, mejor aun, sin ser
consciente de- las supuestas exigencias del mercado,
las cuales exigencias, con la suficiente indiferencia
por parte de un número suficiente de artistas,
desaparecerán sin más. Y con esa desaparició,
el artista abandonará su falso sentido de la
responsabilidad "pública", y su "público"
renunciará a su papel de dependencia servil
g.g.: Y los dos nunca se
encontrarán, quizá.
G.G.: No, harán contacto, pero en un nivel
totalmente más significativo del que relaciona
todo escenario con su proscenio.
(...)
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